Culturas

Olimpia Pamphilj, la amante del Papa Inocencio X a la que temía el Vaticano

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Una empleada de Sotheby’s sujeta el retrato de Olimpia Pamphilj que pintó Velázquez – SOTHEBY’S

El miércoles sale a subasta el retrato que Velázquez hizo de esta «Papisa» que estuvo casada con el hermano mayor de Inocencio X y acabó siendo amante de éste

Javier Ansorena

@jansorena

«Claro que es ella, no podría ser nadie más». Así reaccionó la autora Eleanor Herman cuando, hace unas semanas, Sotheby’s le mandó una imagen escaneada del retrato de Olimpia Maidalchini Pamphilj, la mujer que dominó el Vaticano durante el papado de Inocencio X, a mediados del siglo XVII. La casa de subastas saca este miércoles en Londres a la venta el cuadro, de Diego Velázquez, una obra de gran valor de la que se perdió el rastro hace trescientos años. Se la daba por quemada o destruida. Pero salió a la luz en Holanda hace unos meses: su propietario lo llevó a la oficina en Ámsterdam de Sotheby’s. Los expertos han concluido que es el retrato que ejecutó el maestro sevillano.

Herman estudió durante meses la figura de Maidalchini para la biografía «La amante del Vaticano», publicada en 2008. Cuando la escritora se enfrentó al retrato psicológico de Velázquez, solo pudo confirmar todo lo que aprendió sobre la considerada «Papisa». «Tiene sus ojos oscuros, inteligentes y serios, y una expresión que muestra su gran determinación», dice Herman sobre el cuadro, que encaja como la pieza de un rompecabezas con el célebre retrato de Inocencio X de Velázquez, una obra emblemática de la Historia del Arte. La mirada desconfiada, indecisa de Inocencio X alcanza mayor sentido con la expresión resuelta de Olimpia. Velázquez los captó en su segundo viaje a Italia. El del Papa está fechado en 1650, el de Olimpia debió ejecutarse casi al mismo tiempo. Inocencio X se sentaba en la silla de Pedro. El poder, sin embargo, lo manejaba su valedora, asesora y posible amante. Olimpia fue la dueña del Vaticano, en una historia tan fascinante como poco conocida.

Resulta paradójico que el primer paso para que con el tiempo Olimpia se convirtiera en la verdadera cabeza de los Estados Pontificios fuera rechazar, todavía una niña, el futuro que su padre le tenía reservado en la Iglesia: pasarse la vida en un convento. Hija de un modesto recaudador de impuestos de Viterbo, setenta kilómetros al norte de Roma, su padre prefería ahorrarse la dote de un casamiento para que todo el dinero fuera a su hijo varón.

Ambiciones

La solución era que Olimpia se entregara a los hábitos. Pero ya entonces dio la primera muestra de fiereza y determinación: escribió una carta a su obispo denunciando que el ingreso en el convento contra su voluntad infringía el recién celebrado Concilio de Trento y acusando, sin pruebas, de agresión sexual al sacerdote que su padre puso a su vera para convencerla. El padre tuvo que ceder y abrió el camino a Olimpia para que persiguiera sus grandes ambiciones vitales: riqueza y poder. Los consiguió en ese orden.

No necesitó un atractivo físico excesivo para conquistar al hombre más rico de Viterbo. Su matrimonio solo duró tres años, por muerte del marido. Estuvo a punto de dedicarse a los laudes, maitines y elaboración de dulces. Pero, con veinte años, era rica, viuda y casadera. El siguiente paso era encontrar el poder, del que solo le separaba una jornada en carruaje a Roma.

Se casó con Pamphilio Pamphilj, descendiente de una familia noble romana en decadencia. Fue un apaño perfecto: ella conquistó prestigio nobiliario -ahora sería Donna Olimpia- y él, el dinero que le faltaba. La gran oportunidad para Olimpia, sin embargo, no fue su marido, sino su cuñado, Gianbattista, un sacerdote inteligente y de gran proyección, juez eclesiástico. Su único defecto era una indecisión irremediable. Olimpia se acercó a él y le aportó la determinación y la agresividad que le faltaban. Su carrera se disparó. El Papa Gregorio XV lo nombró nuncio en Nápoles. Urbano VIII le envió después a Madrid, donde probablemente conocería a Velázquez. En 1629 ya era cardenal y toda Roma sabía quién estaba detrás de su éxito. En 1644, y entre sobornos de Olimpia a otros purpurados, Gianbattista se convirtió en Inocencio X. «Caballeros, acabamos de elegir a una ‘Papisa’», reaccionó con furia el cardenal Alessandro Bichi.

El oro vaticano

¿Fue Olimpia la amante de Inocencio X? Nadie en Roma dudaba de ello, al menos en su ascenso hacia el pontificado, aunque, según Herman, no está demostrado. De lo que no hay duda es de que fue ella quien mandó en el Vaticano. Con su poder, amasó más dinero, en una Roma corrupta hasta el tuétano, con las casas reales europeas pagando fortunas para avanzar sus intereses. La avaricia de la «Papisa» era, además, infinita y culminó con el robo del oro vaticano, que mandó traer a los apartamentos de Inocencio X en su fallecimiento y que sacaba poco a poco en su silla de manos. Olimpia murió sola, en la plaga de peste bubónica de 1657, mientras el nuevo Papa, Alejandro VII, investigaba sus desfalcos. Todavía sobreviven muestras de su inmensa riqueza, como la fuente de los cuatro ríos, que mandó construir a Bernini en la Plaza Navona, o el Palazzo Pamphilj -actual embajada de Brasil- que ella amplió y engrandeció.

«Fue una estrella del rock barroca», dice Herman sobre Olimpia, de la que, hasta su libro, solo se habían escrito biografías en italiano. La autora, que había escrito varios libros sobre las monarquías europeas, se enteró de su historia en un evento en la Embajada italiana en Washington. Ahora explica por qué la «Papisa» fue tan desconocida: «El Vaticano ha sido muy eficiente en la eliminación de su historia».

En un tiempo donde la participación de las mujeres en el poder todavía tiene mucho que avanzar, la figura de Olimpia es todavía más fascinante. «La relación de Madame de Pompadour y Luis XV puede ser comparable. Pero la diferencia es que Olimpia conquistó el poder en el bastión masculino del Vaticano», asegura Herman. Nada le gustaría más a la «Papisa» que descubrir el interés renovado por su figura tras el descubrimiento del retrato de Velázquez. «Le llenaría de orgullo», reconoce Herman. «Pero también enfurecería si el precio que consigue la subasta no cumple con las expectativas».

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