Culturas

Los novillos que cazaban pokémons

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Adame en la Plaza de Cuatro Caminos – SERRANO ARCE
Toros

La terna, por encima del manso conjunto de José Cruz- Marcos y Adame cortan una oreja

Tocado con su gorrilla blanca, a la vera ya de Manolete, Canito enfocaba desde el cielo. Toreros y fotógrafos, con Arjona a la cabeza, guardaron un riguroso minuto de silencio, interrumpido solo por el disparo de la legendaria cámara de Francisco Cano… Era la instantánea en su honor.

El hombre que se alistó al club de los cien -como Ayala, Jünger o Carter-, una leyenda de cabello espuma de mar con la memoria gráfica de un siglo a cuestas, hubiese rescatado ayer los mejores momentos de la terna, por encima de una novillada de José Cruz.

De manso y deslucido juego en líneas generales, algunos novillos parecían ir a la caza de pokémons. Como esos chavales -y no tan chavales- que estiran sus «gachetobrazos» sin ton ni son para capturar a uno de los monstruitos. Con feo estilo embistió el conjunto ganadero, especialmente en el segundo tramo.

El sexto fue la guinda: se orientó, desarrolló sentido y en un encontronazo propinó una paliza a Rafael González, un joven novillero que enseñó su concepto clásico. Dispuesto, no se amilanó y trató de torearlo bien. El acero abortó la opción de premio, pero el público le recompensó con una gran ovación.

Antes había acariciado al tercero con el capote, meciendo las embestidas de un «Golondrino» con la querencia marcada. El novel enseñó sus esperanzadoras maneras y logró pulsear el viaje en un par de tandas con un ejemplar bajito de raza pero que se dejó.

Alejandro Marcos gustó en el saludo a «Camorrista», con pitones aptos para uno de rejones… El quite por tafalleras tuvo su aquel, como el prólogo. Aprovechó a izquierdas las virtudes del novillo, que metía la cara de primeras pero luego cabeceaba a la defensiva, y cortó una oreja. No pudo redondear con un cuarto que embestía como su nombre, «Pantera». Geniudo y manso, topaba con violencia e imposibilitó el lucimiento.

Luis David Adame pespunteó una preciosa media y un quite a paso de procesión. Brindó el tercero al público y echó las dos rodillas por tierra, llevándolo toreado, conjuntado. Pero el animal se desmoronó y se desentendió enseguida. Toda la casta que le faltaba la puso el mexicano, que mató de un espadazo. Cortó una oreja al mansote quinto, en el que lentificó las lopecinas y puso todo de su parte en una faena donde se apreciaron su capacidad y su dimensión.

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