La temporada galerística que hoy arranca en Madrid es la número 25 para Espacio Mínimo, la firma de Luis Valverde y José Martínez Calvo que nació en Murcia, y que, en dos décadas y media de vida, ha ensanchado con creces sus límites
No es por casualidad que Liliana Porter haya sido la artista elegida por Espacio Mínimo para arrancar con ella su vigésimo quinta temporada. Un aniversario redondo. La creadora argentina ha caminado junto a los directores de este espacio desde prácticamente sus inicios, cuando la galería lidiaba con el exiguo espacio de una antigua portería y un cuarto para las escobas. De ahí su nombre. Sin embargo, este Espacio Mínimo de Luis Valverde y José Martínez Calvo pronto demostró –una vez más– que los tamaños no importan y explotó dando lugar a uno de los proyectos artísticos más sólidos del panorama español, pionero en algunas cuestiones, como en el salto a los mercados latinos y asiáticos o su asentamiento en Doctor Fourquet. Con ellos desgranamos esta andadura.
Espacio Mínimo recibe su nombre del entorno de la galería en el que se inició en Murcia en 1992. ¿-Cómo eran ese lugar y ese proyecto?
José Martínez Calvo: Estaba en un edificio precioso, el conocido como Manresa, con un portal grande, señorial, en el que, según entrabas a la izquierda, estaba el cuarto de la portera, un trocito de patio y un cuarto de las escobas. Nosotros conseguimos que nos alquilaran todo esto. Como yo siempre he sido muy miedoso, no nos planteamos comprarlo. Sin embargo, nos gastamos un dineral en acondicionarlo, lo que me sirvió de ejemplo para darme cuenta de que para las cosas inmobiliarias no sirvo.
Esto es como el teatro, en el que el escenario es pequeño, pero detrás hay todo un mundo trabajando para ti
Luis Valverde: Eran como unos catorce metros cuadrados, donde conseguimos meter una galería, dos despachos y un cuartito de baño.
J. M. C.: Era muy pequeño, pero lo que era su salita de exposiciones funcionaba como un camaleón con cada artista, por eso les gustaba tanto. Les facilitaba hacer un proyecto, una instalación, que siempre era distinta y que se podía abarcar con facilidad.
L. V.: Éramos una galería de &ldquo-proyecto&rdquo-.
¿-Quién la inauguró?
J. M. C.: La inauguró un artista local, joven, al que conocimos de mi trabajo anterior coordinando las exposiciones de un departamento de artes plásticas en la administración regional. Tuvimos que arrancar con lo más próximo y luego abrirnos al abanico nacional e internacional. Pero en ese ámbito local estaba un murciano como Isidoro Valcárcel Medina, que nos propuso el proyecto más grande que iba a poder caber nunca en la galería. Nosotros no disponíamos de espacio, pero sí de tiempo, de forma que Isidoro ocupó todo el tiempo calculando el exacto que iba a durar su exposición, con las horas de cierre y apertura que teníamos que respetar religiosamente. Y la exposición era todo el sonido que cabía en ese tiempo. Más de 150 casetes y un reproductor que conformaban «Espacio Mínimo, Tiempo Máximo».
¿-Cuándo es el cumpleaños exacto de la galería?
J. M. C.: En realidad, esta que celebramos es nuestra 25 temporada. Y nos pusimos en marcha justo después de cerrar la Expo de Sevilla 92. Hacia el 20 de octubre, aunque habría que comprobar el dato. Yo trabajé en la Expo coordinando las exposiciones y publicaciones del Pabellón de Murcia, y surgió después la oportunidad de seguir trabajando para la administración, pero a mí me aterraba lo de ser funcionario. Estaba muy quemado defendiendo proyectos en los que no creía. Eso iba a ser mi día a día. La solución fue crear nuestros propios proyectos, y por eso nació la galería.
Supongo que Murcia era un páramo para el arte contemporáneo entonces. ¿-No se plantearon lo de comenzar en otro lugar?
J. M. C.: Vivíamos en Murcia y siempre he defendido que los proyectos tienen que tener entidad y sentido independientemente de donde se realicen. El rigor ha de ser el mismo que en Berlín, Nueva York o Madrid. Luego no es así en la práctica, pues todo es el triple de duro. Yo nunca me habría atrevido a poner en marcha un proyecto individual. Fue Luis el que me animó.
L. V.: Pepe es buen soldado.
«Para mí es un hito en 25 años tener una conversación con alguien que admiras, que al final acabe trabajando contigo y que dé pie a una colaboración que aún dura»
J. M. C.: Y él es buen director. Él realmente es el director. Es el que sabe cómo se llevan las cosas a cabo, el tiempo que se tarda en hacerlo, todo lo que para mí es una abstracción.
L.V.: Yo sé hacer las cosas posibles. Las sueña él, las sueño yo, pero quizás por personalidad, por venir del mundo del teatro, sé como materializar los proyectos. Y lo haces porque te divierten y te apasionan. Si te equivocas, te has equivocado tú, no los demás. Somos muy individualistas: eso de tener jefe no lo llevamos bien. La galería es un espacio de libertad y eso fue lo que compramos cuando empezamos.
El salto a Madrid se produce en 2000. Sin embargo, y aunque crecieron en tamaño, esta tampoco es una galería inmensa. ¿-Se puede hacer entonces un buen negocio galerístico en un local pequeño?
J. M. C.: Ya en Murcia cambiamos a un espacio mayor. Y yo, trabajando con la administración, conté con espacios grandísimos, buenos presupuestos, publicaciones de lujo… Pero lo que siempre defendí es que una galería no es un espacio, sino un proyecto. Y este se puede desarrollar en cualquier sitio.
L. V.: Tener un gran espacio está bien para hacer proyectos más ambiciosos, pero nosotros no renunciamos a la ambición. Una galería es una tienda, tiene una parte comercial que tiene que hacer sostenible a la parte cultural que también tiene esto. Y luego están los metros que no se ven. Esto es como el teatro, en el que el escenario es pequeño, pero detrás hay todo un mundo trabajando para ti.

J. M. C.: Nuestro almacén anterior era tres veces la galería. El actual lo es seis veces mayor. Porque es tan importante la exhibición de las obras como su conservación.
L. V.: La galería, al final, es un anuncio de lo que haces. Y tiene más recorrido que el de una exposición. Es como el trabajo de la galería en una feria, que no se desarrolla tan solo en los seis días que dura. A ello se une que las inversiones en las galerías ahora son distintas: ya no inviertes sólo en espacio. Si todo lo que nos hemos gastado en ferias lo hubiéramos hecho en inmobiliarias, no seríamos como Zara pero para un chalet si que nos daba. La filosofía fue saltar a Madrid para tener contexto.
Y llegan a Doctor Fourquet antes de que fuera Doctor Fourquet y de que el Museo Reina Sofía fuera casi el Museo Reina Sofía.
L. V.: Cogimos un mapa de Madrid y lo dividimos en tres zonas. Compramos un callejero para aprendernos las calles, pues todo esto tuvo lugar en tiempos anteriores a Google Maps, y nos planteamos no estar más lejos de 500 metros de la siguiente galería.
J. M. C.: Posiblemente, en ese momento, otras zonas eran más apetecibles porque había más galerías. Pero también había que buscar un local adecuado al proyecto y al bolsillo. Aquí había dos cosas importantes: el Museo, que iba a estar siempre, y Helga de Alvear, que era un referente.
L. V.: Yo recuerdo que en los peores momentos de esta crisis en los que no pasaba nada y no entraba nadie a la galería, a mí me entró el pánico y nos planteamos mover ficha de alguna manera, quizás mudándonos. Intentamos alquilar la galería, incluso venderla, y hablamos con Pedro Maisterra, que en ese momento quería cambiar de local. Él nos contó que acababa de hacerse con uno más grande en Doctor Fourquet, y que además venían otras galerías, que luego serían Nogueras/Blanchard y García Galería. Eso nos animó a abortar la operación…
Se les sigue considerando «galeristas emergentes», lo que dice mucho del espíritu y actitud de la galería.
L. V.: Si emergente es irse a Helsinki a los 25 años de profesión porque el país, muy avanzado en muchas cosas, está verde en el ámbito del arte contemporáneo, pues lo seremos…
J. M. C.: Hemos intentado mantener la ilusión y no dormirnos en ningún laurel, porque tampoco los tenemos. No hemos sido nunca acomodaticios. Pero es cierto que este país pone etiquetas. Nosotros la única fecha que hemos celebrado fue la de los quince años, pero para intentar proclamar que ya éramos adolescentes profesionalmente hablando. Nos daba un poco de vergüenza salir en esos reportajes de galerías emergentes. Por otro lado, es un halago. Pero la realidad se impone. Como nos pasó este año en Art Marbella, cuando vino un señor mayor al estand de la feria preguntándonos que dónde estaban los «chicos de Espacio Mínimo», a los que había conocido en ARCO hacía muchos años y con los que quería volver a charlar… Los «chicos» Mínimo éramos nosotros…
L. V.: Los amigos latinoamericanos nos llaman «los muchachos». Pero hemos hecho ya muchas cosas. Hemos ido a Asia cuando no lo hacía nadie. Fuimos de los primeros que apostaron por Miami cuando ni siquiera Basel había puesto la vista allí. La galería te da la posibilidad de escoger un montón de opciones.
En España también se han diferenciado por el modelo tándem o pareja en la dirección de una galería, y en un ámbito, entonces, dominado por las mujeres. ¿-Cómo ha facilitado eso la gestión de la galería?
J. M. C.: Nos ha facilitado todo. Para empezar, yo sólo no me habría lanzado a una aventura así. Y habría abandonado un montón de veces. Ser dos ha sido vital. Pero en el día a día es algo muy bueno y algo muy malo. Todo lo celebras el doble, pero, cuando te caes, no lo haces solo. Durante mucho tiempo hemos sido directores, secretarios, embaladores, montadores…
L. V.: Ha mí me ha pillado gente importante pintando la galería en chándal.
«Isidoro Valcárcel Medina nos propuso el proyecto más grande que jamas ha podido entrar en la galería: la llenó de tiempo»
J. M. C.: Físicamente, y mentalmente, nos ha ayudado mucho y nunca lo hemos lamentado.
L. V.: Hoy hay muchos colegas que son dos. Pero porque esto es muy familiar: Rafael Ortiz y Rosalía, Elvira y sus hijas, los Nogueras/Blanchard o los Maisterra/Valbuena…
J. M. C.: Este no es un negocio de socios externos. Es una forma de vida, de forma que sólo puedes compartir el negocio con alguien con el que compartas tu misma forma de ver la vida. Por eso en España, este tipo de duetos, o son familiares o de gente que se lleva muy, muy bien.
¿-Es fácil cumplir 25 años en España?
L. V.: En España, nada es fácil. Pero si trabajas mucho, si insistes y tienes suerte… Yo no creo en Dios, pero la divina providencia se nos ha cruzado varias veces por el camino.
J. M. C.: Hay una colega mexicana, Mariana, de la galería GAM, que siempre recuerda algo que le dijo su madre: «Nada me fue imposible, pero todo con esfuerzo». Nosotros nos lo aplicamos. Claro que hay momentos en los que hay tentación de tirar la toalla. Y entendemos que algunos colegas lo hagan o lo hayan hecho.
L. V.: El problema es cuando pierdes la ilusión. Un autónomo no fracasa, porque si fracasa en su negocio lo hace en su vida, y eso no es fácil de asumir. Esa es la razón por la que los bancos dan tantos créditos a autónomos. Se lo dan a una ilusión. Un gran empresario ve sus empresas como piezas. Para un emprendedor, esa es su vida. Y la cuida. Tiene que acabar funcionando.
¿-Cuáles han sido los hitos de este recorrido? ¿-Coinciden con los momentos más dulces como galeristas?
J. M. C.: El primer pico de subidón fue cuando en 1994 entramos en ARCO.
L. V.: Tras el primer día de feria, llegamos a casa y nos dimos cuenta de que nos escocía un montón el cuello. Y a los dos. ¡-Era del roce de la camisa nueva, de la corbata, de estar mirando de un lado al otro como dos pardillos todo lo que pasaba! Recuerdo la imagen de Leo Castelli abriendo las cajas, como una aparición fantasmal. Llegar a Nueva York, camino de Chicago, y hacerlo sin tarjeta de crédito… Lo que ocurre es que si nos ponemos a enumerar cosas como la expo de Jan Fabre en el Louvre, con piezas que habían estado en tu galería y que ahora dialogaban con los grandes de la Historia Universal, o saber que tus artistas llegan a Venecia, o que le vendes una pieza a la Tate, al final, son cosas que cuando abres la galerías sueñas que van a pasar, y de pronto, van pasando. Y cuando así ocurre, las interiorizas como algo normal, forman parte de una dinámica y un proceso… Yo una vez en una feria estuve toda la tarde hablando con Jacqueline Bisset. Me dio igual la feria.
J. M. C.: Yo recuerdo estar en una feria en Guadalajara, y una de las piezas que llevábamos era una Minnie Mouse gateadora que iba moviéndose por el estand. Un día, apareció por allí un niño con un juguete de un Mickey, y puso a hablar su muñeco con el nuestro. Entonces, otra chica que se paró en nuestro espacio comenzó a comentarme la escena: «Esa es la pieza», me dijo. Seguimos hablando y, en un momento determinado, yo le dije que lo que me estaba refiriendo me recordaba mucho al trabajo de una artista argentina que admiraba: Liliana Porter. Ella se interesó por esa artista y me interrogó por ella. Yo le iba respondiendo, hasta que me confensó que Liliana Porter era ella. Para mí es un hito tener una conversación con alguien que admiras, que al final acaba trabajando contigo y que da pie a una colaboración que aún dura y que permite que ahora celebremos con una de sus exposiciones el 25 aniversario.
L. V.: Y no hace falta irse tan lejos en el recuerdo. Para mí fue muy emotiva la inauguración de Bene Bergado en el MUSAC hace bien poco. El museo le daba a la artista una dimensión que nosotros nunca le podríamos dar. Entonces te das cuenta de que tu trabajo tiene sentido y que todo el mundo (el comisario, la galería, el museo) han hecho el suyo.
¿-Han sido fieles a los artistas o les han sido fieles los artistas a ustedes?
L. V.: Hay una nómina de artistas que se mantiene 20 años: Miguel Ángel Gaüeca, Nono Bandera, Liliana Porter, Bene Bergado…
J. M. C.: La primera exposición de Liliana fue en el espacio pequeño de Murcia. En el camino se han quedado artistas, porque las relaciones van cambiando, y han llegado otros nuevos. Con Erwin Olaf también llevamos exponiendo desde Murcia. Y lo cierto es que la llegada a Madrid nos dio la oportunidad de abrirnos más, sobre todo a autores extranjeros. Madrid es una ciudad más atractiva para un artista que Murcia, que te preguntaban todo el rato que dónde estaba. Por eso apreciamos la generosidad, aún mayor, de creadores como Liliana, que en ese momento podría haber optado por cualquier otra galería española, a las que conocía porque acudía a ARCO con Ruth Benzacar.
Además de la ilusión, ¿-qué es lo que no ha cambiado en ustedes y en el entorno?
L. V.: La forma de trabajo. Han cambiado todas las herramientas, hemos pasado de la era Guttenberg a la digital, pero la relación con el arte es la misma. Una cuestión de ojo, de emoción y pasión. El artista hace la obra contra viento y marea. De igual forma la adquiere el coleccionista. Y tú como galerista sabes de lo uno y lo otro, y no puedes ir ni en contra de la obra, ni del comprador.
Dos fenómenos muy actuales: la galería franquicia y la multiplicación de ferias. ¿-De cuál son más partidarios?
J. M. C.: Yo soy partidario de no tener que hacer tantas ferias y rechazo la galería frnaquicia. Siempre he sido de alta costura o de modista particular. El pret-à-porter, lo reciclo o customizo. Está bien, porque facilita muchas cosas, pero en el arte eso no vale.
L. V.: El problema es cuando uno de esos modelos, dentro del engranaje, no da la calidad que debiera.
«Luis es realmente el director. Él es el que sabe cómo se llevan las cosas a cabo, el tiempo que se tarda en hacerlo, todo lo que para mí es una abstracción»
J. M. C.: Las ferias han sido y lo siguen siendo, un gran mecanismo de difusión. Nosotros no seríamos nada sin ellas. Sin el primer ARCO de 1994 nos habríamos muerto de asco en Murcia. Eso supuso que nos arriesgáramos a dar el salto a Artissima, que era su primer año, y que nos sirvió de banco de pruebas de Colonia, que era una feria importantísima, y Chicago, que era la feria americana en ese momento. En Murcia no teníamos clientes, y gracias a citas como esas los hicimos. Lo malo es que, en un momento determinado, las ferias casi llegan a hacer invisible el trabajo de las galerías, y eso no es bueno. Nosotros, de hecho, hicimos una vez un estand en ARCO en el que reflexionamos sobre eso, ya que una feria es el mejor sitio para hacer contactos pero el peor para ver arte, por la alta contaminación. Al artista hay que conocerlo en la galería o en el museo. Si obvias eso te cargas todo el sistema.
L.V.: Y las ferias han cambiado su modelo. Antes eran para vender a profesionales, no al detalle. Viajabas para cerrar negocios e introducir en el mercado a artistas en función de esas relaciones que hacías. Eso se acabó. Ahora es más difícil que en una feria te salga un proyecto para un artista en otra galería, básicamente porque tú te mueves más, por todo el mundo, no necesitas que el artista tenga cinco o siete representantes. Tú eres el canal de distribución.
¿-Hay Espacio Mínimo para rato?
J. M. C.: Espero que sí. Por lo menos, hasta que se agote la ilusión.
L. V.: «Cuando lleguemos a ese río, cruzaremos ese puente», que dijo hace poco Pedro Sánchez.
¿-Será en esta sede?
J. M. C.: Ahora no nos gustaría irnos de Doctor Fourquet. Casi seguro que no seguiremos con la galería tal y como está porque es marca de la casa de Luis lo de hacer cambios.
L. V.: Pero tampoco es por capricho. El artista, llega un momento que se cansa del espacio y necesita un nuevo entorno o estímulo. Yo tengo el plano de la nueva galería hecho ya.
¿-Pero aquí?
J. M. C.: Sí.
L. V.: Pensemos que ahora tenemos tres sedes entre la casa, el almacén y la sala de exposiciones, la que queremos hacer más limpia. Porque al principio esto era nuestra casa, nuestra galería y nuestro almancén. Por eso está todo tan compartimentado. Ahora la situación es distinta: tenemos el almacén, tenemos nuestra casa que también es espacio social… La galería necesita actualizar el espacio.

J. M. C.: Y la calle ahora sí que pesa. Es la misma sensación de cuando nos vinimos a Madrid. Lo hicimos, porque es el sitio en el que queríamos estar. Hemos pasado de que nos preguntaran en las ferias «Where is Murcia?» a decir «en Madrid estamos cerca del Reina Sofía» y a no tener que precisar y contestar «en Doctor Fourquet».
L. V.: Y esta es una calle de lo más normalita. No es esta una ciudad de grandes locales porque lo es de servicios. Alguno pensará que qué nos hemos creído, que si esto es el Chelsea madrileño. Pues sí: con sus gallinejas y sus corralas. La versión cañí de lo otro. Un coleccionista me comentó una vez que la galería es pequeña, que en Chelsea o Nueva York los espacios son más grandes. Hubo que responderle que la galería es del mismo tamaño que su monedero. Del tamaño del coleccionista que nos visita.