El IVAM de Valencia se llena de «fakes», subproductos #artísticos y documentales con los que, desde una mentira, #se ponen en entredicho verdades asumidas
Les recomiendo que, antes de atravesar la Galería 7 del IVAM, aparquen sus certezas en la puerta. La colectiva «Fake. No es verdad, no es mentira» va a procurar poner a prueba su capacidad de atención –también de fascinación– y poner en entredicho todas las instituciones y creencias que usted tenía por válidas e infalibles. Sin ir más lejos, este crítico confundió primero al vigilante de sala con una figurilla de látex de Eugenio Merino, hasta que este se movió y pensó entonces que podía ser el del famoso proyecto «Segurata», de Juan López. Nada es lo que parece.
Porque, como apuntaba Nietzsche, las verdades son ilusiones que se ha olvidado que lo son, y «Fake» se propone revisar algunos de los mejores ejemplos de este formato o subgénero que, en manos de los creadores, es un arma arrojadiza que dinamita la autoridad de estamentos como la ciencia, la universidad, el museo o los medios, instituciones que se creen en posesión de la verdad absoluta y que además determinan cómo se establece su difusión.
Usar el sentido común
Se tratará, por ello, no tanto de situar al espectador ante obras con las que se engaña a los sentidos, puesto que al que se pretende despertar es al mal llamado «sentido común». En un arco temporal que va de uno de los ejemplos más paradigmáticos del género como fue la retrasmisión radiofónica de la invasión de la Tierra de Orson Welles (que sirve de prólogo), hasta el falso documental sobre el 23-F de «Salvados» (que no se incluye), la cita propone 44 casos de estudio independientes en los que el «fake» sirvió para cortocircuitar el sistema y dejarlo con las tripas al a1ire.
Los hay que no pasan de la anécdota, pero que son efectivos para poner caras coloradas. Como el vídeo de Pilvi Takala («Real Snow White»), intentando acceder a Eurodisney disfrazada de Blancanieves e interrumpida en su propósito por temor a ser confundida con la «real», mientras dentro, el «merchandising» invita a consumir productos para parecerse a este y otros personajes. O un falso partido entre México y Brasil (2004), de Miguel Calderón, retrasmitido en circuito cerrado –en teoría por Televisa– en un bar de Sao Paulo y que acabó con tremenda paliza a la canarinha. Otros, que, por su ternura y su manera de rizar el rizo, da pena que no sean ciertos (como el que ilustra que el origen de la paella, tal y como cuenta Victor Serna, esté en los «fills de puta», hijos de meretrices adoptados por la burguesía valenciana, «a los que los primeros enseñaron a estos sus costumbres, también las gastronómicas»). Y un último bloque, que, basado en gestos más o menos contenidos, sí han tenido repercusiones, sobre todo cuando se han hecho eco de ellos los medios que, contraviniendo una de las máximas del periodismo como es la de contrastar la información, dieron sus datos por buenos. Y ahí quedan para la Historia «Comando Arte Libre S-11», que acabó con la labor universitaria del artista Lucas Ospina cuando aprovechó el robo de un famoso grabado de Goya en Bogotá para reivindicar el crimen a través de un falso comando- la represalia de los medios al saberse traicionados fue pedir su cabeza- o el «Dow Chemical» (2004) de The Yes Men, con su reacción en cadena, caída en bolsa incluida, resultado de que un falso representante de la química declarara en la BBC que su compañía indemnizaría a los afectados por el desastre de Bhopal de 1984.
No todo es brillo en el «fake». También se convirtió en un arma en manos del poder
Los proyectos se agrupan en cuatro apartados («Infiltraciones», «Heterónimos», «Docuficciones» y «Descréditos»), en un montaje que también juega al extrañamiento, a que el espectador se cuestione lo que es o no arte (dejando restos del montaje anterior, cartelas dispuestas sobre cajas, paredes que parecen no acabadas de pintar, pedestales del revés…). Porque el arte y, sobre todo, el museo como institución (y ahí está «Fauna», la apuesta de uno de los padres del «fake» español, Joan Fontcuberta, aquí con Formiguera), son terreno abonado para la disciplina. Por ejemplo: quedan en solfa el valor del producto artístico (al meter un coche en una galería, como hizo Octavi Cameron en 2011, exigiendo el IVA correspondiente –por entonces del 8 por ciento para obras de arte– frente al 18 del producto comercial)- también la ilusión de la idea, aplastada por la burocracia («Oficina de ideas», de Valcárcel Medina)- o las fisuras de los mecanismos de control del museo (con «Las cajas chinas», de Montse Carreño y Raquel Muñoz, se intentó colarle al MNAC un falso legado vanguardista perdido en la Guerra Civil).
Grandes heterónimos han nacido en este sector, del Jusep Torres Campalans de Max Aub (aquí se exhiben las críticas de sus expos y hasta un fotomontaje de Renau, su única «imagen conocida»), al Pavel Jerdanowitch, de Paul Jordan-Smith, o el Lenin Cumbe, pintor de pantallas de televisión, de Agustín Parejo School.
Leyendas urbanas
Los camuflajes artísticos e infiltraciones llegan al mundo del deporte (a la liga regional de baloncesto con Passion D. I.)- al de la ciencia (Antonio Martínez Ron desafió la autenticidad de Stonehenge)- al circuito comercial (las inserciones en billetes y botellas de Coca-Cola de Meireles o las de Peggy Diggs, denunciando la violencia doméstica en cartones de leche)- a internet («No Fun», de Eva y Franco Mattes)- al «star system» (Carlos Pazos o Guillermo Trujillano)…
No obstante,los mejores resultados son los documentales audiovisuales. Sobre todo, porque en este campo se demuestra cómo el «fake» se puede volver herramienta al servicio del poder. El ejemplo más lamentable es la cinta «Theresienstadt», de 1944, con la que los nazis, para tapar la boca a Cruz Roja, recrearon un mundo feliz en un campo de concentración checo, cuyos forzados artífices, judíos y presos, acabaron, tras los servicios prestados, en la cámara de gas de Auschwitz. Tras el sobresalto, queda tiempo para terminar con leyendas urbanas, como la de la falsa llegada del hombre a la Luna con Kubrick de cómplice («Opération Lune», de William Karel), golpes de Estado en Rusia… semanas antes del verdadero de 1991 (Miguel Á. Martín y Manuel Delgado) y explosiones atómicas en el programa del hombre del tiempo, como las de Ztohoven (2007).