La pintura de David Salle ha ejercido gran influencia entre los miembros de su generación y las posteriores, con una lectura postmoderna de la figuración. El CACMálaga la repasa ahora
Se afana David Salle (Oklahoma, Estados Unidos, 1952) en señalar que su obra no es el retrato de un tiempo, asumiendo, quizás con excesiva humildad, que es un reto demasiado alejado –tal vez trascedente– para su ejercicio pictórico. Puede que conscientemente no trate de serlo, que su disposición ante el lienzo no persiga esa tarea, pero ante ellasentimos que es «hija» o producto de su tiempo–no de los acontecimientos, sino de un sentir– y, como tal, puede adquirir la condición de testimonio, reflejo o médium que nos permita acceder a cierto relato de un periodo.
Esta retrospectiva española aborda los últimos 25 años de creación de un pintor referencial, cuya sombra se proyectó en generaciones posteriores y que aún la advertimos en pintores jóvenes. Estas 32 obras, especialmente las fechadas en los años noventa, nos sitúan frente a un modo de materializar la pintura como una suma de signos, lenguajes y, en algún caso, objetos (tridimensionales), generalmente heterogéneos y de dispar procedencia que comparten espacio como si de un palimpsesto se tratara, como si fueran anotaciones dispersas en un texto. En su caso, la pintura pasa a ser un espacio donde colmatar sedimentos, donde depositar fragmentos que han sido acarreados desde muy distintos yacimientos visuales (publicidad, alta cultura, Historia del Arte, cine, ilustración erótica), lo que genera un ejercicio de desjerarquización iconográfica, de renivelación de la imagen.
Un estilo sin estil0
Salle parece convertirse en una suerte de camaleón que adopta el estilo de lo que cita y que –por así decirlo– se «deshace» en un cúmulo de lenguajes que alterna y combina en una misma pieza: desde lo pulido y sofisticado, o lo claro y preciso, a lo tosco, expresionista e incluso ingenuista- tanto como hace conjugar la figuración con algunos destellos de abstracción. Podríamos decir que posee un estilo del no-estilo. O dicho de otro modo, su estilo –si es que ese concepto tiene sentido o validez para el norteamericano– es el de la suma de estilos, de tal modo que sería reconocible ya no por una (única) factura pictórica sino por la sintaxis, por el procedimiento o la metodología por los que origina esos ensamblajes de la imagen.
De hecho, esta retrospectiva nos somete, entre otras cuestiones, a un continuo estado de desubicación y a una suerte de sobreexposición a los estímulos visuales que, como signos, se convierten en referencias que nos vehiculan indefectiblemente a numerosos registros culturales y artísticos. Ese torrente visual se acentúa, dado ese carácter retrospectivo de la exposición, por la continua experimentación que advertimos en la trayectoria del artista estadounidense, por ese continuo ensayo de reinvención pictórica. La aparentemente festiva y desinhibida manera de hacer comparecer ese cúmulo de imágenes, sin atender a prejuicios y jerarquías, comporta, sin embargo, la asunción de una carga o una herencia- muchos de esos fragmentos que, como piezas de un puzle, conforman sus obras, son reconocibles y arrastran un contenido que pasa a soportar y a gestionar el espectador/lector en su irremediable intento por dar sentido al conglomerado de referencias, a fabular sobre el posible hilo que cose esa constelación de signos que se dan cita en cada pieza.
Salle parece convertirse en una suerte de camaleón que adopta el estilo de lo que cita
La condición de ensamblaje que puede adquirir su pintura no se refiere exclusivamente, como metáfora, a lo visual, a ese conglomerado de referencias que se unen constituyendo una unidad, sino que algunas obras se conforman mediante la unión de distintos soportes, como si fuera un mosaico, o bien mediante la inclusión de distintos lienzos con diferentes formas dentro de un soporte mayor, desde regulares y «tradicionales», como cuadrados o rectángulos, a otros con formas concretas y simbólicas (ataúdes). El ensamblaje, por tanto, adquiere verdadero sentido de puzle.
Cada soporte que inserta equivale a una imagen que pasa a ocupar un espacio, hasta entonces, ajeno. Esta exploración en torno al soporte viene a ser la traducción material –o si preferimos, física– de su procedimiento de citas. En esta treintena de piezas, de hecho, tienen lugar numerosos recursos sintácticos que evidencian cómo la suya es una pintura que se construye por estratos o capas en la mayoría de las ocasiones, usando superposiciones o fundidos (transparencias). Esto, junto al empleo de la yuxtaposición de imágenes y soportes resueltos con lenguajes distintos y elementos aparentemente inconexos, nos traslada la importancia que adquiere para Salle el cine, tanto en su imaginario como en su sintaxis.
Ese afán por no parecer trascendente ni pretencioso, por no arrogarse una misión solemne, junto a la continua y libre revisión de la Historia del arte, en la que contrapone autores de distintos periodos y procedencias geográficas rompiendo relatos y jerarquías, lo convierten en uno de los creadores facultados no sólo para arrojar luz sobre la pintura del final del siglo XX y el inicio del actual- también sobre un tiempo como la posmodernidad: su tiempo.