Culturas

El MNAC reconstruye a Gala, la artista que se camufló de musa de Dalí

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Una vistante contempla dos de los retratos que Dalí hizo de Gala – INÉS BAUCELLS

El museo reivindica a la compañera del genio ampurdanes como pieza clave del surrealismo

En el tablero surrealista, ese campo de juegos en el que todos los papeles están perfectamente asignados, el nombre de Elena Ivánovna Diákonova (Kazán, 1894-Portlligat, 1982)​,Gala para Salvador Dalí y también para el común de los mortales, sigue bailando de casilla en casilla acumulando prejuicios y esquivando afilados signos de interrogación. «Es un personaje extraordinariamente conocido pero de una manera muy superficial. No hay prácticamente nadie con tantos tópicos encima», destaca Pepe Serra, director del MNAC. Es por eso que el museo barcelonés, en colaboración con la Fundación Gala-Salvador Dalí, se ha embarcado en una ambiciosa y pionera exposición que busca reivindicar a Gala no sólo como personaje clave en las vanguardias europeas, sino también como parte esencial e indisociable del trabajo de pintor catalán.

«El propio Dalí nos lo estaba diciendo cuando firmaba sus cuadros como Gala-Salvador Dalí», destaca Estrella de Diego, comisaría de una exposición que reconstruye a partir de 315 pinturas, fotografías, documentos manuscritos y objetos personales la biografía personal y artística de una mujer que, tal y como recuerda Montse Aguer, directora de los Museos Dalí de Figueres, «se camufló de musa mientras construía su propio camino como artista». Se acabó, pues, esa imagen plana y sin matices de Gala como fría, calculadora y pérfida arribista que transformó al pintor ampurdanés en la gran obra de su vida y, por extensión, en el Avida Dollars al que señaló con vehemencia André Breton.

«¿Si tan mala y tan manipuladora era, si tanto le interesaba el dinero, por qué en 1929 dejó al famoso poeta Paul Éluard para irse con un desconocido Salvador Dalí a un pueblo de pescadores que no conocía nadie?», se pregunta de Diego, para quien esta exposición, la más completa que se dedica a Gala y que se nutre en buena parte de los fondos de la Fundación Gala-Salvador Dalí, supone una oportunidad única para replantear «un personaje mucho más complejo de lo que se cree». De ahí que el enfoque de la muestra, añade la comisaría, busque retratar a Gala como «coautora del proyecto creativo» de Dalí del mismo modo que antes lo fue del de Paul Éluard, su primer marido.«No es que ella construyera a Dalí, sino que se construyeron juntos», destaca De Diego.

Juntos idearon también el castillo de Púbol, «gran objeto surrealista» y habitación propia en el que se instaló la escurridiza musa y a la que el genio surrealista sólo podía acceder previa invitación. Ahí arranca un recorrido que, además de reunir obras estereoscópicas, bocetos para la decoración del castillo y piezas indispensables del imaginario daliniano como «Pareja con las cabezas llenas de nubes», «Retrato de Gala con dos costillas de cordero en equilibrio sobre su hombro», una primera versión de «La Madonna de Portlligat», «Galatea en construcción» o el óleo de grandes dimensiones «El concilio ecuménico», da voz a Gala a través de cartas, manuscritos, barajas de tarot, innumerables fotografías y objetos nunca antes expuestos. Es el caso de la colección de postales que le envió a Dalí, de esos cadáveres exquisitos que la sitúan compartiendo entrenamientos con sus colegas surrealistas, y de su correspondencia con su padre o con Emili Puignau.

Saltando del lienzo al papel de contactos, a Gala la vemos también, con o sin Dalí, en una extensísima galería fotográfica en el que las imágenes domésticas comparten protagonismo con instantáneas de Man Ray, Oriol Maspons, Agustí Centelles, Eric Schaal, Brassaï y Cecil Beaton. Fragmentos de una vida y de un matrimonio convertidos en performance perpetua que enlazan con la parte más íntima de la exposición, dedicada a su armario ropero –vestido diseñado por Dalí y zapato-sombrero de Elsa Schiaparelli incluídos–, a sus discos de Wagner o a su biblioteca de títulos en cirílico.

«Era una mujer muy culta que tenía mucho más mundo que Éluard -recuerda De Diego-. Escribe, realiza objetos surrealistas y decide cómo quiere representarse». Odiada por Buñuel y Breton con la misma intensidad con la que la adoraban Dalí y Eluard, la relación de Gala con el surrealismo se explica también a través de retratos de Max Ernst, Giorgio de Chirico y Picasso, nombres que preceden al que será su flechazo artístico definitivo: ese Salvador Dalí de genio explosivo y modales enloquecidos. «Primero creí que ella iba a devorarme- pero, por el contrario, me ha enseñado a comer lo real. Firmando mis cuadros como Gala-Dalí, no hago más que dar nombre a una verdad existencial, porque no existiría sin mi gemela Gala», aseguraría el propio artista, anticipando así el hilo conductor de una exposición que, concluye De Diego, confirma a Gala como «personaje clave en el tablero surrealista».

No en vano, se trata de la muestra estrella del MNAC, a la que el museo barcelonés ha destinado cerca de 950.000 euros, casi el 60% de la partida anual para exposiciones. «Ver a Gala desde otro ángulo es ver a Dalí a través de otros ojos, por lo tanto se enriquecen los dos», zanja la comisaria.

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