El Museo Reina Sofía revisa los últimos 15 años en el arte desde sus adquisiciones, jugándosela a una única carta: la de la pujanza del neoliberalismo. El discurso no admite tonalidades
En las últimas semanas hemos asisitido a la celebración del 25 aniversario de dos publicaciones culturales en España. Primero fue «Babelia» (a la que aprovechamos para felicitar), y luego ABC Cultural. En ambos casos, las efemérides se saldaron con sendos especiales en los que eran inevitables los repasos a los grandes nombres y logros de estas dos décadas y media.
Sobre este espectro temporal se solapa el que cubre ahora la muestra «Ficciones y territorios. Arte para pensar la nueva razón del mundo», en el Museo Reina Sofía, que hace un repaso a lo que ha ocurrido en el ámbito artístico desde el cambio de siglo, tirando para ello de fondo de armario y presentando los fondos más contemporáneos de la institución. Y es curioso comprobar cómo las dos realidades (la que propone el centro del arte y la que facilitan los medios, que, no olvidemos, llevan a cabo profesionales del sector tan cualificados como los comisarios de una expo), si bien se encuentran en algunos puntos, terminan por converger en realidades que en ocasiones pueden parecer hasta paralelas.
Nada nuevo bajo el sol
Ello es consecuencia, asímismo, de que el museo decida mostrar lo que en principio no es más que una pequeña selección de sus adquisiciones recientes bajo la capa de un discurso. Nada nuevo bajo el sol, tendencia además que se ha generalizado en los últimos años desde que, bajo estas pautas, reorganizaran sus colecciones grandes centros internacionales. Ahora bien: el problema es cuando se quiere narrar una historia y faltan «cromos» para ilustrarla. O cuando con los cromos que uno tiene, dado que tu capacidad para adquirir obra es la que es, toca escribir la historia de la Historia.
De forma que en «Ficciones y territorios», los «teloneros» ideológicos son los pensadores franceses Christian Laval y Pierre Dardot, que entienden el neoliberalismo como algo más que una doctrina económica– como una realidad que da pie a determinados comportamientos sociales y de concepción del individuo y de lo urbano.
El problema de esta exposición es que se quiere narrar una historia y faltan «cromos» para ilustrarla
Olvídense pues de los grandes nombres que aparecieran en esos textos o esas listas de los medios (Aballí, Codesal, Juan Muñoz, Bruce Nauman, Robert Smithson, Cattelan…). También de discursos que no casen con el «hegemónico» (como los feministas o identitarios- los de un arte «ensimismado» en los que la disciplina proponía más quebraderos de cabeza que soluciones con su tendencia a la espectacularidad o al bienalismo…). De hecho, se llega a relegar a determinadas técnicas, como la pintura (si no fuera por unos buenos Juan Ugalde y Néstor Sanmiguel Diest y una prescindible Rebeca H. Quaytman) al baúl de los recuerdos, como si estos no hubieran sido los años en los que se han hecho (más) millonarios Gerhard Richter, Jonathan Meese, Alex Katz o Peter Zimmermann. Mientras, se llega a utilizar el adjetivo «obsolescente» para hablar de fotografía en el proyecto de Zoe Leonard…
En los ocho capítulos en los que se divide esta revisión histórica se obvia o pasa de puntillas por capítulos cruciales como el 11-S (del 11-M ya ni hablo, aunque otra de las peculiaridades de estos años ha sido dirigirse hacia lo «glocal»), básico para entender cómo hemos llegado al triunfo de Trump, y, aunque aquí hay mucha alusión al desarrollismo (casos de Hans Haacke o Ibon Aranberri) al hablar del otro prima el buenrrollismo (Muntadas, cuando alguien es capaz de escuchar su vídeo, o el Fede Guzmán post «haima» del Retiro). Y cuando creíamos que vivíamos en la posmodernidad, aquí queda espacio para reflexionar de nuevo sobre la modernidad (apartado inexplicable, como lo son las obras de Andrade Tudela, Leonor Antunes o Dorit Margreiter). También sobre colonialismo… «A la manera» del siglo XVIII.
Aún así, quédense con los fogonazos: Farocki, Jorge Ribalta (que ilustra la tendencia a la «performance» en nuestra era), Eric Baudelaire (y la crisis del Estado-nación), Amos Gitai (¿-era necesaria la vitrina, tan del gusto de este museo, con los recortes de prensa que avalan la calidad de la película?)- Patricia Esquivias (el humor como válvula de escape)- Rodney Graham… No todo está perdido.