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Tres Chimeneas y un Somatén

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«El Somatén reproducía la estructura histórica catalana y sus jefes eran designados por el capitán general de la región militar»

Contemplo las Tres Chimeneas del Paralelo. Hace un siglo, la huelga de La Canadenca -justo aquí- dejó Barcelona a oscuras 44 días. España fue el segundo país del mundo en aprobar por decreto la jornada de ocho horas. Paradójicamente, aquel éxito quebró la CNT: el sector sindicalista -Salvador Seguí, el Noi del Sucre y Ángel Pestaña- tuvo enfrente al sector revolucionario que vio en la huelga la antesala del comunismo libertario: Durruti, los Ascaso y García Oliver. En el café La Tranquilidad se sorteaban las pistolas Star.

El final del conflicto no garantizó el cumplimiento del decreto que debía entrar en vigor el 9 de abril del 19. La patronal mantuvo el lock-out. Y la facción violenta cenetista respondía con lo que García Oliver bautizó como «gimnasia revolucionaria». Barcelona devino en el Chicago de España: el pistolerismo produjo más muertos que Capone.

Frente al Sindicato Único que patrocinaba la CNT -cada rama productiva en un mismo sindicato- los sindicatos Libres, que nutría el carlismo. Aquellos años de plomo concluyeron con el golpe de Primo de Rivera en 1923 apoyado por la burguesía catalana.

En varios pasajes de mi novela, No digas que me conoces, Seguí identifica el nacionalismo con la patronal: «La libertad de Cataluña sólo les interesa para perpetuar sus egoísmos de clase».

Las reflexiones del Noi del Sucre se conjugaban con la autocrítica de un Ángel Pestaña avergonzado por el matonismo anarcosindicalista: «La huelga debía ser suficiente. Conseguir la jornada de ocho horas parecía demostrarlo, pero los atentados siguieron… Y no fuimos capaces de frenarlos. Cuando los empezamos a condenar teníamos demasiados asesinos en el sindicato. Y cuando los atentados dejaron de ser lucrativos, se pasó a los atracos…» Pestaña sufrió varios atentados -de los suyos y de los otros- y Seguí fue asesinado por pistoleros del Libre el 10 de marzo de 1923 en la calle San Rafael.

Seis meses después, Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, tomaba el poder desde Barcelona y recuperaba el catalanísimo invento del Somatén. Su Real Decreto de 17 de septiembre de 1923 se dirigía a «todos aquellos hombres de buena voluntad, amantes del orden y celosos de sus deberes ciudadanos». Podían alistarse «los individuos mayores de veintitrés años que tengan reconocida moralidad y ejerzan profesión en las localidades que residen».

El Somatén reproducía la estructura histórica catalana y sus jefes eran designados por el capitán general de la región militar. Cada somatenista dispondría de «armas largas de su propiedad, cuyo entretenimiento corresponde a los que las usan»- las autoridades militares concederían «a los cabos, subcabos y escoltas de bandera el uso de armas cortas en todo el territorio de la Región». Los somatenistas se consideraban agentes de la autoridad.

En sus memorias, Ganas de hablar, Ignacio Agustí evoca la imagen de su padre, don Luis Agustí Sala, limpiando el fusil. Cabo del Somatén, hacía guardia a pocos metros de su casa, en la esquina de Diputación con Pau Claris: «Era un orgullo ver cómo se paseaba, escopeta al hombro, arriba y debajo de la calzada… Nos enorgullecía también que mi padre estuviera por encima de otra gente importante del barrio. Por ejemplo, de don Juan Ventosa y Calvell, que vivía en la casa contigua a la nuestra, y con quien mi padre se saludaba propinándole un sombrerazo». Ventosa era el hombre fuerte de la Lliga después de Cambó y acabó de ministro de Franco.

Quienes en Cataluña se rasgaron las vestiduras ante la propuesta de Vox sobre la tenencia de armas desconocen el origen del Somatén. ¡Qué diría el Noi del Sucre de la foto de 2014 en las Tres Chimeneas!: José María Álvarez y Joan Carles Gallego -secretarios de UGT y Comisiones- con Muriel Casals, presidenta del Òmnium que fundaron los descendientes de la burguesía somatenista. O cuando las Tres Chimeneas contemplaron cómo esos sindicalistas cambiaron la Internacional por Els Segadors y el fular rojo por el lazo amarillo. O Camil Ros y Javier Pacheco -UGT y CC.OO.-, apoltronados ante la pantalla gigante de Òmnium siguiendo el juicio del Supremo con Marcel Mauri y Núria de Gispert. ¿Harán algo contra el No Govern que pretende que el 12 de octubre y el 6 de diciembre sean laborablespara los funcionarios que así lo deseen?

La impostura guio el «procés». El sindicalismo adquiría una preocupante orientación vertical que ahora pretende olvidar ante la competencia del auténtico «verticato» independentista: el CSC del convicto Carles Sastre. Los descendientes del Somatén, en promiscuidad con los sindicalistas que olvidaron a Seguí y Pestaña. Empresarios de la Cámara del gasolinero Canadell coquetean con la huelga el 3-O. Los «antifascistas» de Arran extienden el fascismo. La Generalitat, elemento orgánico del Estado, llamando a saltarse la ley y desobedecer al Estado.

¿Qué son los CDR, sino la versión secesionista -sin fusil, pero con odio- de los somatenes?

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