Culturas

Mark Danner recuerda la peor masacre de América Latina

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Placas conmemorativas de los asesinados en El Mozote
LIBROS

Mil campesinos fueron asesinados en El Mozote en 1981, aunque durante años los gobiernos de Estados Unidos y El Salvador lo negaron

Los tiempos son importantes en el recuento del horror. A la consignación de una atrocidad, de una masacre, hay que agregarle el largo y tortuoso proceso de su reconocimiento.

«Masacre», el libro de Mark Danner, fue publicado originalmente como una crónica titulada «The Truth of El Mozote» («La verdad de El Mozote»), que ocupó un número completo de la revista «New Yorker» -del 29 de noviembre de 1993-, un privilegio otorgado solo a piezas emblemáticas de la revista, como la «Hiroshima» de John Hersey, o «Eichmann en Jerusalén», de Hannah Arendt.

La crónica de Danner narraba hechos ocurridos en El Salvador once años antes, que el autor logró reconstruir minuciosamente y que fueron negados durante todos esos años por las administraciones estadounidense y salvadoreña. No es que no lo supieran, es que reconocerlo habría afectado considerablemente el financiamiento de la guerra -y de la guerra sucia– que en conjunto ambos gobiernos y ejércitos llevaron a cabo en América Central en la década de los 80.

A sangre fría

La publicación tuvo un impacto mayúsculo en Estados Unidos y la colocó de inmediato como una de las piezas más importantes sobre la participación norteamericana en el ocultamiento de barbaries. Hoy el libro de Danner es un clásico que se estudia en las universidades estadounidenses y en escuelas de periodismo. Por eso extraña que haya tardado tanto en aparecer su primera edición en castellano.

Entre el 10 y el 12 de diciembre de 1981, casi mil campesinos, la mitad de ellos menores de edad, fueron asesinados a sangre fría aquí y en caseríos aledaños por el batallón Atlacátl de las Fuerzas Especiales, un grupo de élite del Ejército salvadoreño entrenado por Estados Unidos, durante un operativo comandado por el coronel Domingo Monterrosa.

Hoy en la pequeña plaza central de El Mozote hay un modesto memorial con los nombres de algunas de las víctimas. Enfrente está la iglesia, en la que decenas de niños fueron masacrados. Atrás, en la pequeña loma donde hoy pastan algunas vacas, varias niñas fueron violadas antes de ser apuñaladas, degolladas o asesinadas de un disparo.

Si uno se interna en el caserío, aún es posible descubrir entre la maleza los cimientos cenicientos de una de las casas en las que otras víctimas fueron encerradas y quemadas vivas. Este próximo diciembre se cumplen 35 años de aquella, la peor masacre registrada en América Latina en la segunda mitad del siglo XX.

Hoy el libro de Danner es un clásico que se estudia en las universidades estadounidenses y en escuelas de periodismo

Pocos días después de los hechos, una columna guerrillera encontró a una mujer deambulando por el monte. Rufina Amaya, testigo de la muerte de seis de sus hijos y de su marido, y única sobreviviente de El Mozote, ofreció su testimonio. Por separado, los periodistas Alma Guillermoprieto, del «Washington Post», y Ray Bonner, del «New York Times», reconstruyeron las memorias de Rufina, visitaron el lugar y dieron a conocer la masacre. Susan Meiselas, una fotoperiodista estacionada por aquellos días en la Nicaragua revolucionaria, los acompañó al caserío y registró lo que quedaba allí un par de semanas después: cuerpos pudriéndose entre la tierra- huesos quemados- calaveras semienterradas.

Amaya logró salvarse porque, aprovechando un descuido de sus vigías, abandonó la fila de mujeres que serían quemadas y permaneció oculta tras un árbol. Desde allí escuchó los gritos de sus hijos. Hay una foto de ella, capturada por Meiselas, en la que aparece semirecostada en medio de un llano. Lleva un vestido largo sobre el cual hay un delantal. Es el retrato, la sinécdoque de la madre salvadoreña que ha vivido para ver morir a sus hijos.

Los reportajes de Guillermoprieto y de Bonner aparecieron en las portadas de sus periódicos y de inmediato una poderosa maquinaria, en Washington y en San Salvador, se movió para desacreditar a los periodistas. Negaron que un batallón militar estuviera en la zona por esos días- acusaron a la guerrilla de haber cometido algunos asesinatos para culpar al ejército salvadoreño, apoyado por Estados Unidos. Grupos ultraderechistas norteamericanos, respaldados por políticos de ese país, acusaron a los periodistas de hacer propaganda para los revolucionarios salvadoreños. Insinuaron que Rufina Amaya se había inventado un cuento. El «Wall Street Journal» acusó a Bonner de haberse creído el cuento de la guerrilla. La Administración Reagan dijo que no había encontrado elementos suficientes para responsabilizar a sus socios militares salvadoreños. El Congreso en Washington aprobó un nuevo paquete de ayuda militar para El Salvador. El Mozote fue olvidado.

Un paso gigantesco

Pocos años después de la masacre, su principal responsable, el coronel Monterrosa, murió tras caer en una trampa de la guerrilla. Comenzaron los homenajes militares, que lo convirtieron en un héroe de guerra para el ejército salvadoreño.

En 1992, pocos meses después de la firma de los Acuerdos de Paz que pusieron fin al conflicto armado, un grupo de antropólogos forenses argentinos se trasladó a El Mozote y comenzó las exhumaciones que confirmaron la masacre. Mark Danner los acompañó, y eso dio origen a su libro.

Danner logró el reconocimiento de la responsabilidad de los victimarios- su texto significó un paso gigantesco hacia la restauración de la dignidad de las víctimas. Su libro no solo es una gran pieza periodística, sino un importante documento de las atrocidades cometidas y encubiertas en nombre de la libertad.

En El Salvador, el reconocimiento oficial tardó más de dos décadas. En diciembre de 2012, Mauricio Funes, el primer presidente de izquierda en la Historia salvadoreña, llegó a El Mozote a pedir perdón en nombre del Estado. Poco más pudo hacer. Aún hoy, la única manera de llegar a El Mozote obliga a transitar frente a la Tercera Brigada de Infantería, que lleva aún por nombre Coronel Domingo Monterrosa.

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