Como le confesó a «Clarín», Galdós tenía su propia historia bajo llave. Pero su correspondencia nos permite mirar por el ojo de la cerradura de su intimidad
Joaquín Sorolla pintó un cuadro, en 1894, titulado «Retrato de don Benito Pérez Galdós», que ha sido reproducido en mil y una ocasiones, convirtiéndose en la imagen más conocida y que más identifica al gran escritor español. Este óleo sobre lienzo, de 72 por 99 centímetros y formato apaisado -poco frecuente en la tradición del retrato hispánico-, que figuró en la exposición individual del pintor valenciano en París en 1906, fue propiedad de Galdós. Colgó durante muchos años de las paredes de su residencia santanderina de San Quintín y se puede contemplar, en la actualidad, en la Casa-Museo Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria. El autor contaba en 1894 con algo más de medio siglo de vida a sus espaldas y se encontraba en el punto álgido como escritor. Sorolla le pintó de nuevo en 1911. Se trata de un trabajo de estudio, que nos presenta a Galdós con abrigo y bufanda, destinado a ampliar las colecciones del norteamericano Archer M. Huntington en la Hispanic Society de Nueva York. A diferencia de la pieza de 1894, este cuadro del ya anciano escritor, por el que se pagaron en aquel entonces dos mil dólares, no ha sido nunca demasiado apreciado.
El gran océano
¿-Quién era, en realidad, este escritor, nacido en 1843 y fallecido en 1920, que inmortalizara Sorolla a mediados de la última década del siglo XIX? Pocas pistas ofreció él mismo de su existencia. Incluso sus memorias resultaron, como se reconocía ya desde el propio título, desmemoriadas. Como aseguraba Leopoldo Alas «Clarín», Galdós tenía su propia historia bajo llave. Se han publicado centenares y centenares de estudios sobre sus obras, de muy distinto estilo y con enfoques variopintos, pero poseemos menos conocimientos, en cambio, sobre su vida personal y no pública. No resulta fácil acercarnos al hombre Galdós. No nos queda otro remedio que, como proponía Lytton Strachey en el prefacio de «Eminent Victorians» (1918), salir «a remar por el gran océano de la información» si queremos conocer mejor a Benito Pérez Galdós. Las cartas escritas y recibidas por este personaje resultan, sin duda, una de las vías más adecuadas y prometedoras a la hora de acometer esta tarea. Ya José F. Montesinos apuntó hace tiempo que unas cuantas cartas de don Benito revelaban más cosas que dos docenas de artículos y tesis doctorales.
«No tengo un céntimo»,le escribe a Eduardo Rivagorda en diciembre de 1916
Acaba de ver la luz en la editorial Cátedra un grueso volumen, preparado por Alan E. Smith, María Ángeles Rodríguez Sánchez y Laurie Lomask, que recopila un total de 1.170 cartas escritas por Benito Pérez Galdós a lo largo de su vida. No son todas las que redactó -estamos, lógicamente, ante una obra abierta- y algunas existen a pesar de la voluntad de su autor. Así, por ejemplo, a Concepción Morell le pidió en reiteradas ocasiones que rompiera las cartas después de leerlas. Ella no lo hizo. La mayoría de las misivas han sido ya publicadas en distintas ediciones y momentos. La primera carta, de noviembre de 1862, está dirigida a Antonio Sendrás y la última -al margen de algunas sin fecha- al escritor, abogado y periodista argentino Alberto Ghiraldo, fechada el día primero de noviembre de 1918. Están redactadas sobre todo en Madrid y Santander. Los editores han organizado la correspondencia por orden cronológico y han añadido, además de notas y bibliografía, un útil índice de destinatarios y un diccionario-índice de nombres y títulos de obras.
En estas cartas encontramos al Galdós lector, escritor, administrador, amigo, amante, padre o cabeza de familia. A la persona entregada a la escritura, trabajador incansable -«Trabajo muchísimo. A mí el trabajo me da la vida», le decía en 1915, en plena vejez y enfermo, a su hija María-, amigo de los amigos, preocupado por la economía doméstica y los beneficios derivados de su pluma, diputado sin vocación, receloso de los críticos literarios, amante de las plantas y de los animales, generoso y egoísta en su trato con las mujeres, celoso de su intimidad.
A través de esta correspondencia resulta también posible seguir la evolución de sus proyectos literarios y de sus realizaciones: «Por experiencia sé que el mejor reclamo de un libro es otro libro y otro y otro. Si algo he podido yo hacer (poquísimo en comparación de mi inmenso trabajo) débolo a que en el día presente, Sr. D. José de mi alma, llevo publicados 20 libros&hellip- una friolera. Fíjese V. en esto, S. D. José María, 20 tomos!!!…», le comentaba a José María de Pereda en marzo de 1877.
Sus mujeres
Por lo que a las cuestiones estrictamente literarias se refiere sobresalen los textos dirigidos a «Clarín», Pereda, Menéndez Pelayo, Mesonero Romanos, Pérez de Ayala, Unamuno, Yxart u Oller. Los asuntos teatrales ocupan un notable espacio, ya sea en las cartas a María Guerrero o, entre otras, a los Álvarez Quintero. No puede olvidarse tampoco la correspondencia que aborda temas económicos o empresariales: «Actualmente no tengo un céntimo», afirmaba en una carta a Eduardo Rivagorda de diciembre de 1916.
Por encima de todo, sin embargo, destacan en número las cartas que tenían por destinatario a las mujeres de su vida: las distintas amantes de este soltero empedernido, como Concepción Morell, Lorenza Cobián o Teodosia Gandarias -sin duda las más cuantiosas del volumen-, o bien su hija María Pérez-Galdós Cobián, nacida en 1891.
Estamos, en definitiva, ante una obra importante, útil y deliciosa a la vez, que nos permite conocer algo mejor a ese hombre, eminente desmemoriado, que en 1894 Sorolla convirtió en protagonista de una de sus pinturas.