Culturas

La matanza de Atocha sube a escena a través de su último superviviente | Público

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Alejandro Ruiz-Huerta, único de los abogados que sufrió el atentado y queda vivo, explica la importancia de mantener viva la memoria de la masacre. ‘Atocha: El revés de la luz’ recupera, 44 años después, un momento decisivo de la Transición.

Ocurrió el 24 de enero de 1977. Tres pistoleros de ultraderecha irrumpen en un despacho de abogados laboralistas sito en el número 55 de la calle Atocha. Una vez dentro, disparan sus armas contra las nueve personas que se encontraban allí, matando a cinco de los presentes e hiriendo de diferente gravedad a los cuatro restantes. Uno de ellos fue Alejandro Ruiz-Huerta (Madrid, 1947), el único que 44 años después sigue vivo.

Después de aquello Alejandro nunca volverá a ejercer la abogacía. Después de algo así no queda otra que reinventarse y la enseñanza supuso el volantazo que necesitaba. «En la Universidad soy el profesor Ruiz-Huerta, no el abogado laboralista de Atocha», explicaba en una entrevista a Público. Profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba, la vida de Alejandro es la de un superviviente que no está dispuesto a olvidar.

Prueba de ello es Atocha: El revés de la luz. Una obra de teatro levantada sobre numerosas lecturas y entrevistas personales con el propio Alejandro, un montaje que se podrá ver hasta el próximo domingo 24 de enero en el Teatro del Barrio y que cuenta con la dirección de Javier Durán, la colaboración del propio Alejandro y un elenco conformado por los actores Nacho Laseca, Fátima Baeza, Frantxa Arraiza, Alfredo Noval y Luis Heras.

«Siempre me ha interesado encontrar maneras de visibilizar la memoria de Atocha desde la cultura, creo que de esta forma lo que sucedió resulta más cercano a la gente, más allá del relato político y jurídico, o del triste relato de la muerte…«, explica Ruiz-Huerta, que no podrá estar en Madrid este martes para presenciar el estreno de la obra debido a las restricciones de movilidad con motivo de la pandemia.

La obra parte de una tentativa abocada al fracaso, la de narrar lo inenarrable. Alejandro se sienta frente a la máquina de escribir con la que pretende acotar la tragedia. Poner palabras al sinsentido y, en cierto modo, expiar la tragedia. Pero no hay manera. «Solía pensar −evoca Alejandro− que nos morimos en Atocha, aunque ese verbo no hay quien lo decline- me decía a mí mismo que no fueron cinco los que murieron, sino nueve«.

Atocha: El revés de la luz es, en ese sentido, un intento de reconstrucción que busca en el pasado la identidad de un hombre, pero también el sentido de una lucha y las miserias de un país. Porque en Alejandro historia reciente y biografía personal se unen para siempre en un mismo punto. Ante la incapacidad del protagonista de abordar el trauma, decide posponer el intento y remontarse a su época universitaria. Pasa así a componer un retrato doble- el de un joven que luchó por sus ideales hasta las últimas consecuencias y el de un período fundamental para comprender nuestra historia reciente.

«El revés de la luz es Atocha, la bestialidad de este atentado con cinco muertos y cuatro que salieron con vida por puro azar es el revés de la luz», explica Alejandro, único de los sobrevivientes que queda con vida. «Ahora me he quedado solo y no tengo manera de contrastar ni mi ideas ni mis emociones», se lamenta. Quizá por ello el testimonio de Alejandro Ruiz-Huerta es más necesario que nunca, su voz y su vida nos recuerdan la España que también fuimos.

«Lo que me ocurrió hace que sienta la violencia siempre cerca de mí, como cuando sucedió lo de Charlie Hebdo, habían muchos elementos en común con Atocha y no pude evitar sentirme muy próximo a ese sufrimiento, en cierto modo nunca he cerrado la herida, siempre la estoy abriendo y cerrando, como una puesta de sol y un amanecer», explica Alejandro.

Y en esas anda Alejandro. Cerrando y abriendo una herida que, de algún modo, es también de todos. Una brecha que nos pertenece como sociedad y que conviene no olvidar. No sólo como recuerdo infausto, que también, sino como un instante inspirador: «La calma con la que se produjo en Madrid el acompañamiento a los cadáveres de mis compañeros fue todo un ejemplo, aquello evidenció nuestro compromiso con la democracia, pero siempre desde la paz y la serenidad, nada de venganzas ni violencias».

Y así llegó el ansiado abrazo. El mismo que inmortalizó el artista Juan Genovés en el 76 y el mismo que, en su versión monolítica, homenajea a los caídos en aquel despacho. Un cuadro que Alejandro siempre tendrá presente. «Teníamos un póster enorme en el despacho, recuerdo ver caer la sangre del cartón, la cantidad de disparos fue tal que ahí también saltó la sangre, no me olvidaré en la vida de ese cuadro».

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