«Made in USA», en el MACBA, recoge y reactiva piezas históricas de Antoni Miralda. Aquellas con las que comenzó una andadura en Estados Unidos de arte colaborativo vinculado a la cocina
Antoni Miralda (Tarrasa, 1942) se despoja de sus botas de «cowboy» para entrar en la instalación «La Santa Cena», en la Capella. Todo en él es muy mestizo: su acento, su «Spanglish», su trabajo… La exposición que le recupera para el MACBA se retrotrae a esos momentos en los que todo comenzó. «Made in USA», se llama, y allí se recogen sus primeras instalaciones en torno a la cultura y la comida estadounidense, las que dieron pie al creador variopinto en que se ha convertido.
–El título lo deja claro: «Made in USA». Si Miralda se hizo en América, ¿-qué ocurrió en Tarrasa, París o Londres?
–Miralda no se hizo en América. Existió en diferentes sitios y cada uno de esos lugares es una capa que lo recubre. La suma final de vivencias son las que propician una trayectoria. América fue una plataforma multiétnica, multicultural, «multimulti» en la que sucedían cosas extraordinarias a cada rato. El trabajo, en un contexto así, tenía grandes posibilidades de desarrollarse y generar diálogo.
–El mes que viene tiene una nueva acción en Miami. Si su actividad americana continúa, ¿-por qué esta muestra sólo la recoge hasta los noventa?
–Esta es una exposición comisariada, por lo que tendríamos que preguntarle a Vicente Todolí. Él vio interesante presentar estas obras una vez más pero de forma diferente, porque se ha hablado mucho de «Honeymoon», de «Breadline», pero nunca se ha podido trabajar en los procesos de una forma tan clara. Hemos tenido la posibilidad de consultar los archivos. Pero es cierto que se podría hacer un «Made in Usa Second Part».
–¿-Habría mucha diferencia entre la primera y la segunda?
–Los ciclos continúan, y uno se da cuenta, cuando trabaja con los contextos y los cambios sociales, de que las raíces resurgen y todo se conecta. Lo que sí han cambiado son las infraestructuras, todo lo que hace más difícil organizar ciertas situaciones como los «meetings» con los agentes implicados.
–Eso es porque el contexto no es el mismo. ¿-Sigue oliendo EE.UU. a pan recién horneado como en los setenta o ese pan se ha enmohecido?
Respecto a la dieta vegana hay hoy mucho de moda. No sé hasta qué punto se toma verdadera conciencia de una realidad
–Lo que se ve aquí son piezas históricas y no tiene absolutamente ningún sentido presentarlas como obras «contemporáneas». Hoy, por ejemplo, en cualquier pastelería tienes en todo aparador pan o pasteles a color. La gente tiene acceso a todo y se lo sabe todo. Pero siguen existiendo muchas otras posibilidades de trabajo, porque son muchas las cuestiones que olvidamos, las que se pierden, las que hay que defender: Trabajar en el espacio público, de forma procesional, con las comisiones vecinales… Todo esto sigue existiendo pero con limitaciones por cuestiones de seguridad. Pero hay que hacerlo, hay que devolvérselo al arte para que otra gente, gente joven, se dé cuenta de sus posibilidades. Para eso sirven este tipo de exposiciones: para que los nuevos vean lo que se ha hecho y se animen a ampliar la perspectiva. El resto ya es Historia. Está en catálogos.
–Si algo hemos aprendido con su trabajo, Antoni, es que comer es un acto político.
–Comer está conectado con todas las limitaciones y los esquemas políticos y sociales. Pero también hay una parte de la que siempre nos olvidamos, quizás por simple y evidente, y que es la cultural. No hay nada más nutritivo que un insecto, y en algunos lugares donde no hay nada más que llevarse a la boca serían una fuente de alimentación válida- pero todo al final depende de manipulaciones y lecturas interesadas. La FAO está más que concienciada de que esta será la comida del futuro, pero las leyes actuales limitan el consumo. Estos tendrían que ser temas propios a desarrollar en una escuela de arte, y no el Renacimiento.
–Muchos de sus proyectos no han sido representados u organizados por museos o galerías, sino patrocinados por un restaurante. ¿-Otro mundo del arte es posible?
–Claro que sí. Solo hay que cambiar los términos y el vocabulario. Hay que explorar las nuevas vías. Pero también es necesario que las instituciones lo entiendan. Que un museo como el MACBA haya aceptado un proyecto como este es tremendo porque, aunque para mí no hay en él nada extraordinario, para ellos supone un gran esfuerzo, un reubicarse de nuevo: tener en cuenta la repercusión de la comida, la dimensión de lo orgánico… Y eso que ahora las cosas están mucho más aceptadas, y los espacios de conservación de los centros, más preparados. Pero que estén equipados no significa que mentalmente estén preparados.
–Un artista de calle como usted, ¿-cómo se ve en un museo?
–A veces, un poco asfixiado, sí. Pero si al final puedes conversar con el guardia, con el conservador, si terminas estableciendo conexiones humanas con la institución, todo es más llevadero. Además, hay museos y museos.
–Ahora que parte de la sociedad se siente seducida por la dieta vegana, ¿-se pierde con ello cierta dimensión cultural asociada a la comida por renunciar a determinados alimentos?
América fue para mí una plataforma multiétnica, multicultural, «multimulti». en la que sucedían cosas extraordinarias a cada rato
–Yo creo que en eso hay mucho de moda, son cosas que parece que se relacionan con determinadas maneras de pensar. No sé hasta qué punto se toma verdadera conciencia de una realidad. Es cierto que mucha gente está asumiendo que existe un problema tremendo asociado a determinados comportamientos, lo que supone una reacción. Pero, por otro lado, ello también genera un comercio alrededor de todos esos cambios. Curiosamente cada vez hay más venta de libros de cocina y, sin embargo, cada vez hay menos gente que cocina en casa.
–Uno de los proyectos por el que más se le conoce es «Honeymoon», con el que desposó al monumento barcelonés a Colón y a la Estatua de la Libertad. ¿-Todavía se soportan los dos?
–No he tenido noticias de ellos últimamente [el proyecto culminó en 1992]. La verdad es que los fastos del V centenario del Descubrimiento fueron bastante tristes, con un idealismo equivocado que provocó reacciones en muchos países en torno a la traza colonial y que supuso la mutilación de muchos monumentos a Colón. El interés continúa porque ambos son iconos que siguen contando cosas y están ligados a muchas problemáticas aún por resolver.
–Aquí, parte del Ayuntamiento de Barcelona quiso aniquilar al novio no hace mucho.
–El tema es interesante. Y daría incluso para actualizar el proyecto. Eso es así porque estos monumentos son como imanes.
–Resulta curioso que el primer restaurante de tapas en Estados Unidos lo pusiera en marcha un artista…
–No es del todo cierto: lo pone en marcha un artista con una cocinera: Montse Guillén.
–Tiene usted razón. En los últimos años los españoles hemos sido colonizados por el «fastfood», y nuestros niveles de obesidad nada tienen que envidiar a los de los americanos. ¿-Eso es la globalización?
–Imagino que eso son sólo los primeros pasos para no darnos cuenta de que ya no va a haber marcha atrás con respecto a determinadas cuestiones. Esto no es un fenómeno que ocurra sólo aquí, sino que penetra incluso en el Tercer Mundo, en países donde el negocio de la alimentación es mucho más delicado. Estamos en los albores de un gran desastre, unido a otro, el de la agrocultura, que está desapareciendo, más la manipulación de la comida.
–Ahora que le dieron el Nobel de Literatura a Dylan y que Adrià entró en la Documenta, ¿-está usted más cerca de su primera estrella michelín?
–[Ríe]. Eso lo dices tú. Mejor vamos a comer, que me voy a caer.