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El Chicle, un «agresor sexual organizado»

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El Chicle y el padre de Diana, en la misma sala el pasado jueves – MUÑIZ

Un análisis de la psique de Abuín revela una personalidad ególatra con nula capacidad empática. Un tipo criminal, «ajeno al dolor»

@abcengalicia

El 22 de agosto de 2016 la comarca de O Barbanza se convirtió en epicentro informativo del país. Una chica había desaparecido y centenares de personas la buscaban por los montes cercanos. Nadie había visto nada, pero el pálpito de los agentes en los que recayó el caso los llevó a volcarse en la extraña desaparición desde el minuto uno. A rebufo, todos los medios de comunicación empezaron a emitir, de forma casi ininterrumpida, el rostro de Diana y una descripción de la ropa que llevaba aquella noche. Fueron días trepidantes que dieron paso a casi año y medio de complejas pesquisas en las que los agentes de Policía Judicial y UCO llegaron varias veces a un callejón sin salida. Ellos eran el gato tras un ratón apodado Chicle.

A toro pasado, algunos de estos efectivos reconocen que quizás minusvaloraron el perfil delictivo de José Enrique Abuín. Hasta la desaparición de Diana, este rianxeiro se había mimetizado con el hampa de la zona robando gasolina a camiones, pescando de forma furtiva e incluso implicándose en el tráfico de drogas de la mano de unos familiares a los que acabó traicionando. Pero ningún delito de sangre manchaba su expediente, ajeno a una denuncia por violación que interpuso contra él su cuñada y que un informe forense de la psique del acusado ayudó a echar por tierra.

La angustia por la desaparición de Diana, cuya pista parecía haberse desvanecido, acabó en las Navidades de 2017 con la detención de Abuín por el rapto de una joven en Boiro el día 25. Una muchacha algo mayor que la madrileña, pero muy parecida a ella. Pelo largo, morena, delgada… y sola en mitad de la calle absorta en su teléfono móvil. Era la víctima perfecta para un depredador que llevaba cuatro días al acecho porque, como se confirmó en el juicio celebrado esta semana, Abuín dejó de usar su Audi A4 el día 21 de diciembre (lo había conducido ininterrumpidamente desde su compra, en marzo de ese año) para utilizar el Alfa Romeo en el que secuestró a Diana. El cambio no fue casual, porque él sabía que este último modelo cuenta con un maletero estanco del que no es posible salir y en el que había dispuesto una sábana blanca y una cinta adhesiva.

Para Jorge Sobral, catedrático de Psicología experto en criminología, este tipo de comportamientos responden a un perfil clásico «poco frecuente en la población normal, pero bastante común entre los criminales». Según Sobral, el Chicle encaja a la perfección en la categoría de «agresor sexual organizado». Por definición, estos individuos son capaces de vigilar, raptar, abusar y hacer desaparecer un cadáver. Un resumen de lo que fue el crimen de Diana Quer que el experto achaca a un «perfil psicopático, tanto en sus características personales como en el modus operandi».

Impulsivo y calculador

Sobre este último extremo, Sobral determina la compatibilidad entre ser un depredador, con un impulso sexual evidente, y elegir el momento para actuar. «Es un problema terminológico, porque cuando decimos que son impulsivos nos referimos a la facilidad que tienen para ceder al impulso original de matar, agredir o robar. Pero eso no se contradice con que no tengan capacidad para gestionar el cómo y los procedimientos para llevar a la técnica ese arrebato original», expone el psicólogo. De ahí que Abuín hubiese sido capaz de controlar su tentación hasta dar con la víctima y el lugar adecuado. «Son impulsivos, pero no descuidados, pese a que tienen fantasías violentas y compulsiones de tipo sádico, por lo que saben que van a hacer daño y hasta pueden disfrutar haciéndolo a través de la sensación de dominio que les proporciona». Además, «son «ajenos al dolor, a las emociones y al sufrimiento de los demás», ahonda el psicólogo.

El derecho penal internacional no califica a este tipo de psicópata como enfermo, por lo que estamos ante personas plenamente imputables y con el mismo tratamiento que el resto de procesados. En el caso de José Enrique Abuín, a los 15 años a los que se enfrenta por el caso de Boiro hay que sumarle la pena de prisión permanente revisable que solicitan familia y Fiscalía por la muerte de Diana. Una condena extrema —la máxima contemplada en el Código Penal español— ante la que Abuín desplegó esta semana un avance de su estrategia. «Si pudiera dar marcha atrás más de dos años lo haría, pero no puedo, y ojalá algún día se sepa toda la verdad. Siento mucho todo lo ocurrido, pero le pido a la familia de la chica de Madrid que ponga en duda muchas cosas que se dicen».

Ante este aparente arrepentimiento, Jorge Sobral explica que, a nivel general en este tipo de casos, «simplemente están fingiendo». «Suele tratarse de un componente manipulativo intentando seguir los consejos del abogado y minimizar la condena hasta donde sea posible. No creo que se pueda pensar que personas con un historial tan tremendo tengan ventanas de empatía tan oportunas para sus intereses», sostiene. Desmontando mitos, Sobral revela que estos criminales no suelen ser más inteligentes que la media, pese a su carácter calculador.

Una fantasía frustrada

Los quinientos días en los que Abuín jugó con los investigadores, tratando de confundirlos con falsas coartadas e incluso yendo a ellos cuando se supo vigilado, también responden a esta personalidad psicopática. «Ellos entienden esa lucha de poder como algo satisfactorio, les da sensación de empoderamiento, de sentirse más listos y fuertes ante la Policía», sostiene Sobral. Por fortuna, en medio de esta espiral de mentiras el Chicle cometió un traspié que, a la postre, sentenció toda su fantasía criminal.

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