Espana

El Procés y la batalla del lenguaje

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Manifestación independentista frente al Parlament

A pocos días del proceso al «procés», echemos una ojeada a dos libros que nos pueden vacunar contra las posverdades independentistas

La epidemia del lenguaje políticamente correcto y los eufemismos que abonan las mentiras –hoy « posverdad»– comenzó en Estados Unidos, años ochenta. Expresiones que hoy escuchamos en boca de tertulianos y políticos eran usuales en las universidades norteamericanas.

En «La cultura de la queja» (Anagrama, 1995) Robert Hugues denunció la plaga que enturbia nuestra cosmovisión: «Queremos crear una especie de Lourdes lingüístico donde la maldad y la desgracia desaparecerán con un baño en las aguas del eufemismo». Años después, Gregorio Luri ratifica en «La imaginación conservadora» (Ariel) aquellas prevenciones: «Cualquiera que hable en público sabe que si supera ciertos límites de corrección política, nadie va a salir en defensa de su libertad de expresión».

«La cultura de la queja» debería ser lectura obligatoria: limpia la mente de telarañas y alerta contra el maniqueísmo que simplifica la realidad en un telefilm de buenos y malos. Autor de «Barcelona», Hugues señalaba también al nacionalismo: «Siempre necesita mitos para impulsarse, y cuanto más nuevo el nacionalismo, más nuevo es el mito, y mayores son sus pretensiones de antigüedad». Aludía a irlandeses, escoceses y la Renaixença catalana. A raíz de la derrota de 1714, «crearon un sistema completo de renacimiento cultural basado en una muy selectiva, y mitificada, versión de su propio pasado medieval y sus instituciones perdidas».

En los años de plomo del País Vasco, los medios normalizaron la expresión de «izquierda abertzale» referida a las formaciones proetarras. Si «abertzale» significa «patriota», se infería que el resto de los partidos vascos de izquierda no merecían tan calificativo y pasaban a ser elementos extraños- tan extraños como el ente «Estado Español» que suplantó a la palabra España en el vocabulario nacionalista, con la colaboración de la progresía ibérica.

De aquellos polvos, estos lodos. A pocos días del proceso al «procés», echemos una ojeada a dos libros que nos pueden vacunar contra las posverdades independentistas. Un marxista de verdad como Nicolás Sartorius –ser marxista y nacionalista es un oxímoron– compone un diccionario de engaños en «La manipulación del lenguaje»: sesenta y cinco expresiones tramposas del lenguaje político, económico, periodístico, bélico, de género… Una cuarta parte tienen relación con Cataluña- como ha sucedido con el Brexit, revelan cómo la mentira ha guiado la propaganda independentista.

Algunos ejemplos. Encaje: «No se trata de ver cómo ‘encajamos’ mejor a Cataluña en España, tergiversando así el lenguaje y dando la razón a los nacionalistas cuando sostienen que España y Cataluña son dos realidades diferentes». Exiliado, una ofensa a la memoria del exilio de 1939: «Equiparar aquel drama con una fuga, bastante vergonzosa, para eludir responsabilidades que pudieran derivarse de supuestos actos delictivos cometidos en una democracia, es verdaderamente una infamia». Fascismo o fascista: «En los ambientes nacionalistas y de una izquierda, poco rigurosa y quizá ignara de la historia, se califica de ‘fascista’ a cualquier persona que no comulgue con sus tesis o, simplemente, sea conservadora o de derechas». Presos políticos. Lo que tenemos son políticos presos: «Personas que han podido cometer delitos que van desde el de rebelión hasta la prevaricación, pasando por el de sedición, el de malversación de caudales públicos o el de desobediencia». República Catalana: «Lo único que está provocando esa consigna es una quiebra en la sociedad y una evidente frustración en los sectores que han creído y creen en esa República, cuando observan que no llegan nunca y se les dice que es por culpa de una España represora y semifranquista, lo que a todas luces es falso».

¿Y de qué hablamos cuando hablamos de catalanismo? El editor Félix Riera ha reunido en «Catalanisme» (ED Libros) ochenta maneras de interpretar un concepto político, hoy deglutido por un separatismo que desconoce la palabra «autocrítica».

«El catalanismo ha perdido tiempo y prestigio en la excursión independentista. ¿Sabrá recuperarlos?», inquiere Joan Tapia. «Nos creímos aquello del ‘oasis catalán’ y aquello otro del ‘un sol poble’, y creamos una especie de peronismo donde convivían ideologías e intereses de clase muy diferentes y donde, al final, la criatura ha acabado exhausta y la izquierda, en la UCI», diagnostica Albert Solé, hijo de Solé Tura. «El catalanismo de este siglo XXI habría de reivindicar también la lengua castellana como propia, no como una lengua invasora ajena a nuestra tradición», apunta el editor Daniel Fernández. El filósofo Manuel Cruz se plantea si la corrupción del pujolismo «ha servido para cerrar con siete llaves el sepulcro del discurso nacionalista o simplemente le ha condenado a llevar una existencia política vergonzante».

Identificar catalanismo y reformismo fue admisible bajo el franquismo y la Transición, pero ahora no: «Como la mayoría de ‘ismos’, está más cerca de la inteligencia emocional que de la inteligencia», advierte una escéptica Victoria Camps. Valentí Puig opta por una metáfora astronómica: «Catalanismo en cuarto menguante». ¿Acabará en eclipse total? ¿Alumbrará alguna posibilidad de convivencia en la Cataluña fracturada? Veremos.

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