Culturas

Victorina Durán, una artista pionera que defendió el amor libre

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Victorina Durán y María del Carmen Vernacci, en la cubierta del «Lipari» que les condujo al exilio en Buenos Aires – ARCHIVO DE VICTORINA DURÁN

Ven la luz las memorias de quien fuera una de las fundadoras del Lyceum Club Femenino, parte activa del Círculo Sáfico de Madrid, estrecha colaboradora de Margarita Xirgu y primera mujer catedrática de Indumentaria en España

Inés Martín Rodrigo

@imartinrodrigo

Hay vidas que merecen ser contadas, y una de ellas es la de Victorina Durán. Sin embargo, es probable que su nombre no les diga nada. Sí les sonará Maruja Mallo, con la que Durán compartió clases y alguna que otra circunstancia más en la madrileña Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado. A Mallo, por suerte, ya se le hizo justicia y nadie duda de su consideración como uno de los referentes de la vanguardia española. Pero Durán, que fue pintora, escenógrafa, figurinista, profesora, directora teatral, diseñadora de vestuario y mil cosas más, permanece aún en el margen ocupado por las muchas mujeres que tanto hicieron en el siglo XX español y de las que hoy sabemos muy poco o nada.

Por suerte, dos investigadoras, Idoia Murga y Carmen Gaitán, han acudido a su rescate recuperando sus memorias, hasta ahora inéditas, mediante una edición crítica publicada por la Residencia de Estudiantes. Murga sabía de su existencia «a través de las copias que uno de sus sobrinos, Pin Morales Durán, donó al Museo Nacional del Teatro de Almagro» y le sorprendía que no se hubieran publicado nunca. La exposición «Mujeres en vanguardia. La Residencia de Señoritas en su centenario» (2015) fue la excusa perfecta para poner en marcha un proyecto que se prolongó varios años y con el que, por fin, Victorina Durán cuenta «Mi vida» (así se titula la obra).

Una vida que arrancó en Madrid, el 12 de diciembre de 1899. Hija de José Durán Lerchundi, primer abonado del Teatro Real, y de Genoveva Cebrián Fernández, bailarina del coliseo (como también lo fueron la tía, la abuela y la bisabuela de Victorina), recibió una educación especial, vinculada al mundo de la cultura y distinta a la de sus compañeras de pupitre. A los nueve años, empezó a estudiar piano y asistió, también, a sus primeras clases de pintura. Determinada en su vocación artística, Durán ingresó en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid en el curso académico 1917-1918. Allí se hizo íntima de Matilde Calvo Rodero, Rosa Chacel y Timoteo Pérez Rubio, además de coincidir con Salvador Dalí, Carlos Sáenz de Tejada y Maruja Mallo. El comienzo de la prodigiosa década de los veinte la pilló en París, donde vivió sus primeras experiencias sexuales y emprendió un viaje sin retorno hacia la libertad.

Su confirmación como artista –dominaba las técnicas del batik y del repujado en cuero– llegó, precisamente, en la capital francesa y más en concreto en la Exposición Internacional de Artes Decorativas de 1925, en la que recibió una medalla de plata. Un año después, y ya de vuelta en Madrid, participó en la fundación del Lyceum Club Femenino y, al poco tiempo, empezó a dar clases en la Residencia de Señoritas. Feminista convencida, habría formado parte del denominado «Círculo Sáfico de Madrid» junto con Elena Fortún y Matilde Ras, y en 1929 se convirtió en la primera mujer catedrática de Indumentaria de España. Luego llegaron las colaboraciones con Margarita Xirgu, Irene López Heredia, Lola Membrives, Cipriano Rivas Cherif (formó parte del Teatro Escuela de Arte, TEA)… y el exilio.

Exilio

En julio de 1937, logró una autorización de la Dirección General de Bellas Artes para «ausentarse durante tres meses de España y trasladarse a Buenos Aires, con objeto de realizar junto con la actriz Margarita Xirgu una labor cultural artística». Pero se quedó hasta 1963. En Argentina, Durán se reencontró con Elena Fortún, frecuentó el círculo intelectual de Victoria Ocampo y se encargó de los vestuarios de teatros como el Colón o el Cervantes. Justo en ese punto se detiene «Sucedió», el primer volumen de sus memorias. El segundo, titulado, «El rastro. Vida de lo cotidiano», es una colección de relatos autobiográficos escritos a partir de los más diversos objetos que Durán encontraba en el popular mercadillo madrileño. Y en el tercero y último, «Así es», la artista da cuenta, con todo lujo de detalles –algunos más literarios, otros más verídicos– de sus vivencias amorosas.

«No sé si habré conseguido que esté claro y patente que en estas historias hay varias mujeres, de tipos diferentes, que han querido, que han AMADO a otra mujer, la mayoría por una sola vez en su vida, pero esta sola vez ha sido de manera verdadera y sincera. Ha sido “normal”», escribe en el prólogo. En esas mismas líneas asegura que aunque los hechos «son todos vividos y verdaderos, los nombres y los lugares están muchas veces cambiados», pues considera que no tiene «derecho a provocar escándalo, buscando un éxito editorial».

Sin embargo, según explican Murga y Gaitán, las menciones a teatros, obras, amigos comunes y otros datos hacen que «en determinados casos» sea posible «adivinar de qué actriz, escritora o artista se trataba». En base a eso, las investigadoras sostienen que es «más que probable» que Victorina Durán mantuviera relaciones con Margarita Ruiz de Lihory, Irene López Heredia, María del Carmen Vernacci, Margarita Xirgu y Hélène Bouvier. Todo ello «deja constancia –a juicio de Murga y Gaitán– de su defensa del amor libre y de la necesidad de visibilizar sin estigmas la homosexualidad».

Regreso a España

Tras varios viajes de tentativa, Durán regresó definitivamente a España en 1963. Se instaló en Madrid, en un ático sin ascensor ubicado en la calle del Reloj, en los alrededores de la Plaza de España. Empezó a trabajar con Nati Mistral y logró ser depurada por el régimen pese a las reticencias de una nota sin firma que figura en su expediente y en la que se la tacha de «roja cien por cien». Sus últimas décadas pasaron desapercibidas para la gran mayoría –el historiador Vicente Llorens llegó a asegurar que se suicidó–, pero ella siguió a lo suyo, pintando y viajando a París con frecuencia. En la recta final de su vida se compró una casa en Peñíscola, donde abrió ¡un bar de copas! Murió en Madrid, el 10 de diciembre de 1993.

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