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Fellini de los prodigios | Público

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Selma Dell’Olio rescata en ‘Fellini de los espíritus’ la obsesión por lo misterioso de este genial cineasta, que buscó entre cartas de tarot, sesiones de espiritismo y experimentos con LSD, intentando desvelar el enigma de la vida.

Al inmenso Federico Fellini la realidad se le quedaba muy corta. Insípida, minúscula, estaba a la vista de todos. Al mago de Rímini nunca le bastó. Era lo otro, lo misterioso, las ensoñaciones, lo indescifrable, lo que excitaba su exuberante ingenio. Locamente enamorado de la vida, husmeó y rastreó el enigma de ésta entre cartas de tarot, sesiones de espiritismo, reuniones con videntes y experimentos con LSD. El día que arqueó violentamente la espalda hacia atrás sintiéndose poseído por quién sabe qué, Giuletta Masina decidió que hasta ahí había llegado la broma.

«Hablaba de sus viajes astrales como de cualquier otro viaje», recuerda la legendaria productora María Cicogna, en uno de los testimonios que se reúnen en Fellini de los espíritus, la película de Selma Dell’Olio. Estrenado en Italia hace solo unos meses, en el año del centenario del cineasta, el filme llega ahora a España a bordo del tren en el que partió Moraldo, que se despidió de Guido –»Addio, Guido…»– con la voz del propio cineasta, sustituyendo en esos segundos a la del actor Franco Interlenghi (Los inútiles, 1953).

Santos con los que bailar

Ese tren en blanco y negro y el recuerdo del histórico funeral que le dedicó Italia arrancan este ‘otro’ viaje de Fellini, explorador del universo de lo oculto. «Sus fábulas, siempre nuevas y desbordantes de frescura, eran más reales que cualquier fotografía de la realidad», dijo en la homilía aquel día el cardenal Achille Silvestrini, uno de los supuestos representantes en la Tierra de ese otro arcano, Dios, indescifrable para el artista.

«Un católico italiano como Fellini tiene todo un panteón de santos y de milagros con los que bailar», dice Terry Gilliam en la película, en la que se recogen las palabras del propio cineasta confesando: «Ahora no sé lo que hay más allá, pero sé que hay algo». Una convicción a la que le llevó Gustavo Rol, un personaje singular que influyó poderosamente en él con sus supuestas proezas milagrosas o paranormales, fenómenos que incendiaban el entusiasmo del genio de Rímini.

Sobre todo, sus sueños

El viaje, clave en la vida y la obra de Fellini- Giuletta Masina -a la que llamaba hasta quince veces al día-, la Iglesia –con la que tuvo sus más y sus menos, sobre todo con La dolve vita, el libro del I Ching, el psicoanálisis de Jung, sus sesiones con Erns Bernhard, los encuentros con el mencionado Gutavo Rol… y sus sueños, sobre todo sus sueños, y la música de Nino Rota dibujan el mapa de esta aventura.

«Yo creo que en su Libro de los sueños está una de las claves esenciales para conocer el arte de un genio como Fellini», sentencia su amigo, el periodista, escritor e ilustrador Vincenzo Mollica. Un código felliniano que destilaba una humanidad descomunal, un talento único y una energía portentosa y que se adivina en ese libro, esos cuadernos en los que el maestro anotaba y dibujaba sus sueños al despertar y que se recogieron en dos volúmenes, en una edición obra de Rizzoli RCS en 2007.

Todas las voces

«Todas mis películas hablan de un viaje, un viaje real o soñado», asegura Fellini en una entrevista recogida en esta película, en la que se subraya el deseo irrefrenable del cineasta a emprender siempre un nuevo viaje. No una huida de Italia –«Cuando estoy fuera, no entiendo nada»–, sino una aventura hacia esos universos desconocidos y apasionantes. En uno de sus rodajes, el artista de Rímini pasaba cada día por delante de la Plaza de San Pedro y, cada día, se detenía, observaba y especulaba con «todas las voces que han pasado por esta plaza, todo el misterio que encierra».

Fellini de los espíritus solo se aproxima un poco a la figura inabarcable de este genio, pero desde las imágenes de sus películas, desde los recuerdos de sus amigos y colaboradores, y, por supuesto, desde fragmentos de sus propias declaraciones en entrevistas y encuentros públicos se contagia cierta vitalidad ansiosa por visitar otra vez todo su cine.

Funerales de Estado

Federico Fellini «se rindió a la muerte», como dice una de sus amigas en la película, el 31 de octubre de 1993. La Italia de Fellini le dedicó funerales de Estado. A la basílica de Santa Maria degli Angeli, construida sobre las ruinas de las termas de Diocleciano, acudieron el presidente de la República, Oscar Luigi Scalfaro- el del Senado, Giovanni Spadolini- el de la Cámara, Giorgio Napolitano… los romanos invadieron las calles… Y Roberto Benigni, seguramente, ese día volvió a preguntarse, como había hecho tres años antes en el cementerio de La voz de la luna y ante la mirada del maestro: «¿No podemos volver a encontrarnos?».

Cinco meses después, una mujer que estaba ingresada en la clínica Columbus de Roma, donde pasó sus últimos días Giuletta Masina, le contó a ésta que había tenido un sueño. Federico Fellini había vuelto a buscar a su adorada Giuletta con un bebé en brazos (la pareja tuvo un hijo que murió al mes de nacer). Entonces ella se embarcó en ese ‘sueño’ con los espíritus de Fellini. Y volvieron a encontrarse.

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