Familia

Cómo afrontar la muerte de los padres aunque forme parte del «proceso natural» de la vida

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Según los expertos, la sociedad muestra una falsa felicidad sin espacio para el dolor, la vejez o la muerte. No dotar de herramientas a los niños les dificulta gestionar la pérdida de un ser querido, incluso de adultos

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Toda persona, en mayor o menor medida, ha pensado en algún momento que sus padres no van vivir siempre y que un día fallecerán. Pensamientos que asaltan y que la mente trata de desterrar a toda velocidad y con gran fuerza por la gran angustia y vértigo que genera solo imaginarlo. Existe una falsa sensación de que nunca va a llegar ese día porque son las personas que nos han acompañado desde el nacimiento y se han convertido en un referente y apoyo permanente. Pero ese momento llega y genera un gran shock, a pesar de ser un hecho propio de la evolución de la naturaleza humana.

Estar preparados

No hay duda de que la muerte forma parte de la vida. «Estamos o deberíamos estar preparados para asumir este tipo de pérdidas, pero la sociedad actual ha convertido la muerte, hoy más que nunca, en un asunto tabú del que parece que es mejor no hablar –apunta Alonso García de la Puente, director del equipo psicosocial de Obra Social La Caixa en la Fundación Vianorte Laguna–. Incluso se deshumaniza. Basta con observar como en las Unidades de Cuidados Intensivos se aleja a los familiares cuando el enfermo está al borde del fallecimiento».

Explica que hace años, toda la familia al completo velaba el cuerpo normalmente en el domicilio. «Los niños también estaban presentes, lo que resultaba muy positivo porque se les preparaba para enfrentarse al hecho de la muerte, a ver de frente momentos duros, a sentir, llorar y saber cómo gestionar este sufrimiento guiados por lo que veían hacer a su familia. Hoy, sin embargo, se oculta».

Falsa felicidad

Apunta que en cuidados paliativos muchos padres se resisten a que sus hijos entren a ver a los seres queridos enfermos. «Se les oculta para que no sufran. No son conscientes de que estos pacientes necesitan muchos cuidados al final de su vida. Si se trata de un abuelo, los jóvenes no saben ni siquiera cómo es un cuerpo envejecido. La sociedad solo muestra una vida de falsa de felicidad y belleza donde parece que no hay lugar para las arrugas, la vejez, las necesidades del cuerpo de los mayores que yacen en una cama… y, menos aún, para la muerte».

Por esta razón, De la Puente considera que estos niños tendrán de adultos dificultades para superar una pérdida por no disponer de las herramientas adecuadas. Muchas familias no son conscientes, «pero los niños sí están preparados para afrontar la muerte».

Cuando fallece un progenitor, este experto señala que es esencial tener en cuenta la edad de los hijos para poder explicarles lo sucedido acorde a su etapa vital y madurez. «Es muy importante tener en cuenta el rol del hijo dentro de la familia porque en la mayoría de los casos, sobre todo si es hijo varón y ya ha cumplido 12 años, intenta ocupar el hueco que ha dejado su padre y asume un rol de cuidador de la madre, de los hermanos… Es una función que no le corresponde y que le generará gran estrés porque no está preparado para ello».

Perder un padre, se tenga la edad que se tenga, genera en el hijo una gran angustia y psicológicamente es habitual que entre en una fase de retraimiento en la que deja de sentirse tanto como un adulto para volver a sentirse hijo. «Esto ocurre aunque el hijo tenga su propia familia e, incluso hijos. Es un sentimiento que florece. Además, –matiza Alonso García de la Puente– suele aparecer una sensación de soledad porque esa figura que siempre ha estado ahí y nos ha acompañado por las distintas etapas vitales ya no está, lo que genera, además, inseguridad».

Incomprensión

Los primeros días son de gran confusión y tristeza, «pero hay muchos abrazos, conversaciones, lloros… lo que permite una gran descarga emocional. La situación se complica en las siguientes semanas y meses, que es cuando se aprecia la ausencia desde la soledad, sin tantos familiares y amigos que acompañen en el dolor. A veces, junto a la tristeza aparece una sensación de ser incomprendido, de no querer tener momentos de felicidad que, de no ser transitorios, puede desencadenar en patologías depresivas».

Alonso García de la Puente recomienda pensar que la vida es un regalo y que, aunque «la pérdida siempreduele porque es la otra cara del amor», los hijos deben tener la satisfacción de haber acompañado a sus padres en una gran parte de su vida.

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