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Charlie Brooker, el alma de «Black Mirror»

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Imagen del capítulo «Playtest», de la tercera temporada
TELEVISIÓN

Demuestra con esta serie que, más que un adivino, es un agudísimo analista de nuestro presente, capaz de reflexionar sobre los dilemas morales ocultos en los supuestos avances logrados por el hombre

No todo el mundo sabe que Charlie Brooker escribía en «The Guardian» (fue elegido columnista del año en 2009) antes de revelarse como uno de los grandes narradores de nuestro tiempo, y más allá. Tampoco es demasiado conocido que, antes de «Black Mirror», el creador más pesimista del siglo XXI era popular por sus programas cómicos, también como presentador. Incluso su primera gran serie, «Dead set: muerte en directo», antecedente de este espejo oscuro, tenía un planteamiento satírico. A saber, los participantes de «Gran Hermano», aislados en su casa-probeta, son los únicos habitantes que desconocen que ahí fuera ha tenido lugar el temido apocalipsis zombi.

Cuando se estrenó en 2011, la provocación porcina del primer episodio de «Black Mirror» se les atragantó a muchos por lo que consideraron una absurda exageración. La historia cuenta el chantaje al que es sometido el primer ministro británico, a quien exigen que mantenga relaciones carnales con un cerdo ante las cámaras de televisión si quiere salvar la vida de una princesa secuestrada. Cuando una biografía no autorizada de David Cameron contó después que el político había celebrado en su juventud un supuesto rito de iniciación sexual con el animal favorito de Orwell, Brooker encajó la revelación con su habitual causticidad: «Mierda, ahora resulta que &ldquo-Black Mirror&rdquo- es una serie documental».

Racionalismo pesimista

La primera nota de prensa de la serie la describía como un híbrido entre «En los límites de la realidad» y los «Relatos de lo inesperado» inspirados por Roald Dahl. No es descabellado verla también como un cruce lejano entre Kafka y Asimov. Brooker imagina un planteamiento extremo, incluso disparatado (le falta convertir a algún protagonista en cucaracha), y lo desarrolla hasta las últimas consecuencias, con un racionalismo casi científico. Ahí es donde acude en auxilio de Franz el bueno de Isaac. Brooker, émulo del autor de «Yo, robot», toma una serie de reglas en apariencia infalibles (como podían parecer las tres de la robótica), y encuentra los resquicios por los que nuestro futuro empezará a resquebrajarse. Si no da en el clavo, duele como si lo hubiera logrado.

Más que un adivino, Brooker es un analista agudísimo de nuestro presente. Su «profecía del cerdo» no es nada comparada con los hallazgos sobre los tiempos venideros que, en realidad, ya han empezado. Hay más ejemplos que episodios: la obsesión por conseguir la aprobación constante de los demás, la capacidad de las redes sociales para embravecer a la turba, la pulsión controladora y anestesiante de los Gobiernos, la vocación por el espectáculo banal de los medios, la impostura de las realidades virtual y aumentada, la vida (o su remedo digital) después de la muerte… «Black Mirror» es un ejemplo admirable de ciencia ficción suave, con los cachivaches justos. En esto es incluso más moderada que «Blade Runner», otra historia futurista y creíble que reflexionaba sobre los dilemas morales ocultos en los supuestos avances logrados por el hombre.

Del cerdo a la abeja, la serie cierra el círculo de crueldad y horror

Lo que cuenta la serie, en efecto, ya está ocurriendo. Brooker solo busca sus ángulos más terroríficos y retuerce un poco el presente en busca del zumo del futuro, por supuesto sin azúcar. Es como si el autor británico hubiera entendido mal la vieja definición: comedia es igual a tragedia más tiempo. Él combina tiempo más tragedia, en una forma perversa de divertirse alterando el orden de los factores y el producto al completo. En lugar de esperar a que la tragedia macere, traslada la narración a otro tiempo y somos nosotros la víctima de su particular farsa. Son sus historias las que se ríen del público, y no al revés.

«Black Mirror» nació en 2011 en Channel 4, pero después de dos mini temporadas de impacto, Netflix se quedó con la joya de la corona y le dio un aire más internacional. El último capítulo, de duración cinematográfica, es un compendio de todos los temores y advertencias apuntados en este lustro. Del cerdo a la abeja, la serie cierra el círculo de crueldad y horror. El panorama es desolador, pero más nos vale ser conscientes de los peligros y tratar de reescribir nuestros propios guiones. Es una advertencia laica y nada moralizante, aunque a su manera nostálgica. Cualquiera tiempo futuro será&hellip- &iquest-peor? Quizá aún dependa de nosotros. Incluso la muerte, el peligro más inmutable que sufre nuestra especie desde la época de las cavernas, será distinta.

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