Espana

Baroja y el nacionalismo catalán

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«Yo veo aquí una porción de mentiras, acumuladas con intenciones más o menos piadosas, acerca de Cataluña en sí misma y de Cataluña con relación al resto de España», afirmaba Pío

El Viernes Santo de 1910 cayó el 25 de marzo y Baroja dio una conferencia en Barcelona. Tras achacar a su oratoria poca brillantez y profusión de tópicos, los catalanistas Mario Aguilar, Pere Corominas y Bertran i Musitu (que sería espía de Franco en el 36) le retaron a ir al Ateneo- mientras, el racista Pompeu Gener -puro estilo Torra- lo tildaba de “godo degenerado”.

Al final dio la conferencia en la Casa del Pueblo del Partido Radical. Les respondió, irónico, que tomaran sus palabras como ayuno y penitencia: “Algo así como espinacas intelectuales, una pequeña mortificación propia de Semana Santa”.

No se refirió don Pío más a la religión, sino a esa otra fe que llamamos nacionalismo: “Yo veo aquí una porción de mentiras, acumuladas con intenciones más o menos piadosas, acerca de Cataluña en sí misma y de Cataluña con relación al resto de España”, afirmó a modo de prólogo…

El hecho diferencial se le antoja una creencia sin fundamento. Cataluña es “casi más española que las demás regiones españolas”, pero los catalanistas dicen que no “que es un país con otra raza, con otras ideas, con otras preocupaciones, con otra constitución espiritual”. Ejemplos de la patraña: castellanos individualistas, catalanes colectivistas- castellanos fanáticos, catalanes tolerantes- castellanos místicos, catalanes prácticos…

Ese afán de distanciarse de lo español que obsesiona al catalanismo- ese afán de mirar “nord enllà”, le parece a don Pío una quimera. En los autores catalanes del modernismo y el novecentismo solo ve simples imitadores de Emerson, Carlyle, Nietzsche o Ruskin: “¿Cómo pueden pintar siempre, o casi siempre, asuntos tristes, si esto es claro, luminoso y potente?”, se pregunta mordaz.

Ni los intelectuales ni los políticos están a la altura de Cataluña, prosigue. A causa de esos presuntos “genios catalanistas” el ambiente barcelonés adolece “de una mezquindad bastante grande, de una cursilería bastante pintoresca”.

Ante algún rictus de desagrado que aflora en algún reportero de algún periódico catalanista, Baroja matiza sus invectivas: “Yo no he hablado nunca mal del pueblo de Barcelona sino de sus intelectuales “pedantes, afectados, mezquinos”. De la arquitectura que juzga “aparatosa y petulante”. De los periódicos que adoctrinan en el nacionalismo. Se afirma “que el castellano -y al decir castellano quieren decir todo lo español que no sea catalán- es un violento, y el catalán, no” (el método, hoy, de TV3). Y para muestra un diario, El Poble Català: “Refiriéndose a un hombre furioso que en Madrid había matado a una mujer y luego se había suicidado, decía que este tipo era como un símbolo de Madrid y de Castilla”.

Y de la lengua ¿qué dijo Baroja? El castellano se ha convertido en español e hispanoamericano: “No es que me parezca un idioma superior al catalán- es sencillamente porque es más general… ¿Y no sería estúpido hacer perder la extensión de una lengua, que es también de uno, por un prurito de amor propio? Dar a entender, como lo hacen los catalanistas, que el castellano se conserva en Cataluña por la presión oficial, es un absurdo”.

Y llegaba el momento del separatismo: “Todos los pueblos que caen quieren regiones más o menos separatistas, porque el separatismo es el egoísmo, es el sálvese quien pueda de las ciudades, de las provincias, o de las regiones”.

Y a quienes preferían disimular su condición separatista llamándose nacionalista les advertía. Nada hay de aprovechable en el nacionalismo: “Si ya a los hombres nos empieza a pesar el ser nacionales- si ya comenzamos a querer ser sólo humanos, sólo terrestres, ¿cómo vamos a permitir que nos subdividan más, y el uno sea catalán, y el otro castellano, y el otro gallego, como una obligación?”

Lamentaba el conferenciante el juego sucio del nacionalismo de injuriar todo lo español: “¿En qué está legitimada la campaña antiespañola que ha hecho durante muchos años el catalanismo?”. Y aludía al Diplocat de la época: “Yo he visto en periódicos extranjeros cómo se insultaba a los españoles estúpidamente, y sabía de dónde salían esos artículos publicados en periódicos italianos y franceses- he visto disfrazar la historia y la antropología, y todo con móviles mezquinos y bajos”.

Su diagnóstico: “Cataluña es, hoy por hoy, un pueblo grande, un pueblo culto, que no ha encontrado los directores espirituales que necesita… porque una nube de ambiciosos y petulantes, más petulantes y ambiciosos que los que padecemos en Madrid, han venido a encaramarse sobre el tablado de la política y de la literatura y a pretender dirigir el país”. Esos “geniecillos pedantescos”, concluía, “son los que necesitan cerrar la puerta de su región y de su ciudad a los forasteros- son los que necesitan un pequeño escalafón cerrado, en donde se ascienda pronto y no haya miedo a los intrusos…”

De 1910 a 2019. Palabras clarividentes para constatar los destrozos que el nacionalismo sigue causando en Cataluña.

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