Culturas

Arquitectura, poder y pornografía

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La «Casa Burbuja» construida por Antti Lovag para Pierre Cardin, en una fotografía de «Playboy» (1972)
ARQUITECTURA

Una pertinente y muy bien documentada exposición del CCCB en Barcelona ilustra cómo la arquitectura no sólo encierra lo pornográfico, sino que también lo define y lo crea. Disfruten de «1.000 m2 de deseo. Arquitectura y sexualidad»

A principios del siglo XIX se inauguró el Gabinete Secreto en el ala más apartada del Museo Arqueológico de Nápoles. Una sala cerrada a cal y canto con tres cerrojos y tres llaves custodiadas por tres guardianes diferentes donde se almacenaban las obras de iconografía explícitamente sexual desenterradas de las ruinas de Pompeya durante el siglo anterior. Sátiros y cabras, parejas y tríos retozando, grandes falos usados como lámparas y trípodes… Imágenes que en otros tiempos podían verse libremente y que participaban en la conformación del ágora pasaron a ser accesibles sólo para la elite dirigente de una sociedad posterior: hombres blancos, adultos e ilustrados. Nacía una nueva manera de definir lo pornográfico, no tanto relacionada con cuestiones de forma (cómo es el porno), sino con cuestiones de Poder: quién administra el porno- quién decide lo que lo es.

Y al hablar de Poder, se acaba hablando de arquitectura. Lo recordamos al hilo de la muy documentada y pertinente expo del CCCB, dedicada a localizar «dónde» se ha mostrado históricamente lo sexual y lo pornográfico: los lugares que ese poder ha construido para posibilitar o restringir su experiencia. El ala del Museo de Nápoles era un primer ejemplo de cómo la arquitectura no sólo encierra lo pornográfico, sino que lo crea. Los frescos de Pompeya, en principio públicos y no pornográficos, se vuelven transgresores no por ser explícitamente sexuales, sino por situarse en un sitio nuevo al abrigo de las miradas.

Un futuro no lejano

Precisamente se acordaba de Pompeya Paul B. Preciado al final de su excelente ensayo «Pornotopía» (Anagrama), que estudiaba las relaciones entre arquitectura y sexualidad tal como las planteó a partir de los sesenta la revista/marca «Playboy». Hablando de la mítica Mansión Playboy construida por su fundador Hugh Hefner, Preciado se preguntaba si no acabará convertida en «el primer museo pornotópico de la Historia». Quizá, si pensamos en el de Nápoles, sería en realidad el segundo, porque dentro de unos siglos los habitantes del futuro se pasearán por sus salas y mirarán las portadas de la revista como los viajeros del XIX que conseguían traspasar las puertas del museo secreto.

En el CCCB, el estudio de esas relaciones merece todo un apartado a cargo de otra especialista en el asunto, Beatriz Colomina. Desde el principio, «Playboy» puso en pie de igualdad dos fetiches: el cuerpo de la mujer y el diseño de interiores. Las fantasías que propiciaba la revista lo eran bajo techo, en las que era fundamental el entorno apropiado y la decoración correcta: las curvas de los muebles contaban tanto como las de las chicas. Desde el principio, quedó claro que «Playboy» y el modelo de erotismo que proponía necesitaba tanto a los arquitectos como los arquitectos necesitaban a «Playboy». El eminente Reyner Banham, uno de los críticos más influyentes de la arquitectura global de posguerra, lo dejó muy claro en 1960: «Me arrastraría una milla para conseguir mi &ldquo-Playboy&rdquo-».

La arquitectura no sólo encierra lo pornográfico, sino que también lo crea

En su apogeo, la empresa contó con decenas de clubes urbanos y hoteles creados a imagen y semejanza de la mítica mansión desde la que Hefner dirigía su imperio, rodeado de «conejitas» y tomando decisiones sin bajarse de su famosa cama redonda convertida casi en una especie de útero o puente de mando: una cama-casa que servía de modelo a las que los huéspedes podían probar en sus establecimientos y que reproducían las fantasías arquitectónicas que fue creando la revista. En una de sus series de artículos más populares, «Playboy» propuso diferentes modelos de arquitectura para el «hombre &ldquo-Playboy&rdquo-»: el rancho del Oeste, la mansión con piscina, el ático urbano, el retiro campestre o alpino. Se proporcionaban alzados y cortes transversales, y se reproducía mobiliario de diseñadores y arquitectos contemporáneos. Cualquiera podía comprarse la revista por unos pocos dólares e imaginarse habitándolos.

Su mezcla de horterada y lujo de detalles era, claro, la versión masculina y aceptable de las casitas de muñecas vetadas en la infancia para esos niños que con el tiempo soñarían con convertirse en «hombres &ldquo-Playboy&rdquo-». No eran simples decorados y fondos para escenas de seducción y conquista, sino al revés: las proezas sexuales se acababan volviendo excusa para el placer imaginario de la posesión de la casa y su mobiliario erotizado.

Heteropatriarcado

«Playboy» tuvo su clímax, claro, y su decadencia. Si algo recuerda esta expo es que esa asociación de placer, poder y arquitectura funciona mediante retornos cíclicos de liberalización, represión y renovación de modelos: las villas romanas reaparecen durante la Ilustración como las «petites maisons» en las que las elites francesas cultivan el libertinaje como filosofía vital (o letal)- los lugares de iniciación a los cultos mistéricos de la antigua Roma reviven en los templos para el placer que diseña Ledoux para su proyecto de Chaux o imagina Fourier como parte necesaria de sus falansterios. Y lo mismo que pasó con Pompeya, la arquitectura se ha ido encargando a lo largo de los siglos de hacer visibles o invisibles las actividades sexuales que la sociedad determinaba aceptables o no en cada momento: de la misma forma que al libertinaje elitista del XVIII siguió la represión puritana de los victorianos, o que la libertad sexual de los sesenta y setenta se vio frenada en seco por el miedo y los prejuicios que desató la aparición del sida.

Al final, utopías sexuales como las de Fourier o «Playboy» y distopías carnales como las de Sade acaban por confundirse y dar el mismo miedo cuando echan mano de la arquitectura como herramienta. Y en la era de internet y la realidad expandida, interesa más que nunca no perder de vista cuáles fueron los modelos palpables de los laberínticos museos secretos a los que accedemos con un clic: ya no hay cerrojos, pero, no por digital, el poder que ejercen es menos real.

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