Abre en la ciudad de Madrid una nueva iniciativa privada gestionada por agentes de la cultura: El Instante Fundación. Christian Boltanski es su primera apuesta
En estos tiempos oscuros, de profunda incertidumbre, una sugestiva iniciativa cultural abre sus puertas en Madrid. Se trata de El Instante Fundación. No está promovida por instituciones públicas, empresariales o financieras, como suele ser habitual, sino por particulares, profesionales en distintos ámbitos de la Cultura. Entre ellos, por ejemplo, el pintor José María Sicilia, el gestor José Guirao o el hombre de teatro José Luis Gómez.
La idea central de su configuración es que tenga carácter transversal, con programas y actividades abiertos a los distintos ámbitos de la cultura y el conocimiento: artes plásticas, literatura, música, teatro, cine, filosofía&hellip- Su nombre es «un guiño», una llamada a atrapar el instante, a vivir el tiempo en el presente.
«Aprovecha el día»
Un guiño que se remonta, como alusión precisamente en el tiempo y la memoria, al «carpe diem» del poeta latino Horacio: agarra, aprovecha el día. Y, claro, lo que se nos plantea es que la manera más intensa de atrapar el tiempo es a través de la cultura, de la educación.
Así que resulta especialmente coherente que El Instante Fundación comience sus actividades con la presentación en su amplio y magnífico espacio de una gran instalación del francés Christian Boltanski (París, 1944), cuya obra tiene como uno de sus hilos conductores más relevantes la interrogación acerca del paso del tiempo. Acerca del fluir fugaz de la vida y del latido, también pasajero y fugaz, del recuerdo, de la memoria de los que se fueron. En 2010, con motivo de dos importantes exposiciones en París, Boltanski manifestaba: «La gran cuestión es la unicidad, la desaparición y el olvido de todos después de tres generaciones. A veces, incluso bastante antes».
El Instante Fundación no está promovida por instituciones públicas, empresariales o financieras, sino por particulares, profesionales del ámbito de la Cultura
Desde su primera exposición en España, en el Museo Reina Sofía, en 1988, hasta la más reciente en el IVAM, en 2016, la obra de Boltanski ha tenido numerosas presentaciones aquí, por lo que puede pensarse que es bastante conocida entre nosotros. Pero sus propuestas, sus instalaciones, tienen siempre un rasgo específico: se abren de forma interactiva a los públicos, propiciando así un diálogo diferenciado, diverso, en cada ocasión. Sus obras plantean registros abiertos para que cada espectador desarrolle con ellos, a través de ellos, una performance propia.
En este caso, «Los registros del Grand-Hornu». Estamos ante un desplazamiento, en el tiempo y en el espacio, de una gran instalación que Boltanski realizó en 1997 en Valonia (Bélgica), en un lugar muy especial. Grand-Hornu es el nombre de un antiguo complejo minero levantado entre 1810 y 1830 en esos primeros años del despliegue de la Revolución Industrial en Europa, y configurado como una ciudad obrera. El complejo se mantuvo activo hasta 1954, año en el que se interrumpió la explotación minera y fue abandonado.
Un gran monumento funerario
A través de un largo y difícil proceso de recuperación del mismo como patrimonio cultural, el recinto del Grand-Hornu acabó convirtiéndose, desde los años noventa, en un espacio de actividades artísticas contemporáneas, integrando las diversas artes. El comisario de la instalación de Boltanski en Madrid, Laurent Busine, ha sido director del Museo de las Artes Contemporáneas en el Grand-Hornu de 2002 a 2016.
«La gran cuestión es la unicidad, la desaparición y el olvido de todos después de tres generaciones. A veces, incluso bastante antes», ha declarado el francés
Todos estos datos son relevantes para llegar al fondo, para comprender, ante qué nos encontramos al entrar en el espacio, de grandes dimensiones, donde se presenta la instalación en Madrid. Accedemos en la penumbra en una amplísima sala, con una alta y larguísima construcción dispuesta en la pared del fondo y que vemos frontalmente. Esa construcción es un muro de más de 40 metros de largo por casi cinco de altura que ha viajado en el espacio: desde el Grand-Hornu, en Valonia, hasta Madrid.
Pero la instalación ha viajado también en el tiempo, y no sólo desde su primera presentación en 1997, ya que está construida con cajas de hojalata oxidadas, en cuya superficie frontal Boltanski fue colocando nombres y fotos, extraídas estas de los carnés de los mineros que trabajaban en la explotación. Y parece que dentro de cada una hay algo, sin que sepamos de qué se trata, relacionado con ellos. Así que a través de esos registros: trazos o huellas, esas vidas que fueron completamente desconocidas para nosotros, vuelven a nuestros ojos en el tiempo que fluye. En la memoria. Un gran monumento funerario que ilumina la humanidad del recuerdo.