Conoció a Donald Trump a finales de 2015, una época en la que parecían hechos el uno para el otro
El ya exasesor de seguridad nacional de Donald Trump, el teniente general retirado Michael Flynn, que dimitió hoy de ese cargo por sus coqueteos con Rusia, es un militar tan experimentado como controvertido. Flynn renunció tras publicarse informaciones que apuntan a que el año pasado habló con el embajador ruso en Washington, Sergey Kislyak, sobre las sanciones impuestas por EEUU a Rusia. Sin embargo, mintió al vicepresidente estadounidense, Mike Pence, y a otros altos cargos del Gobierno al asegurar que no abordó ese tema con el diplomático.
El militar, un feroz crítico de la política exterior del expresidente Barack Obama que ha sido acusado de islamofobia y de defender la tortura a sospechosos de terrorismo, fue el principal asesor en política exterior de Trump en la campaña electoral. El magnate le designó como su asesor de seguridad nacional el pasado 18 de noviembre, diez días después de ganar las elecciones presidenciales.
Flynn tenía como cometido adentrar en las complejas relaciones de EEUU a un inexperto presidente, con el que comparte una visión del mundo poco convencional, obcecada en una única prioridad: la lucha contra el terrorismo «islámico». «El general Flynn es uno de los expertos más importantes del país en asuntos militares y de inteligencia y será un activo inestimable para mí y mi Administración», llegó a decir Trump en un comunicado sobre su nombramiento.
La designación de Flynn no requería el visto bueno del Congreso, lo que le convirtió de inmediato en una de las figuras más poderosas de la Casa Blanca: el principal punto de contacto de Trump con el Departamento de Estado, el Pentágono y la CIA. Igual que Trump, este exoficial de inteligencia de 58 años ha sido acusado de coquetear con el presidente ruso, Vladímir Putin, y se ha mostrado abierto a rescatar la tortura por ahogamiento simulado a los sospechosos de terrorismo («waterboarding») porque es partidario de «dejar todas las opciones posibles sobre la mesa». Como el presidente, Flynn percibe un reto singular y existencial para la seguridad de EEUU: el «terrorismo islámico radical», un término que Obama evitó usar para referirse a grupos como el Estado Islámico (EI) pero que él pronuncia orgulloso, convencido de que esquivarlo es pura «corrección política».
El que iba a ser guardián de la estrategia global de Trump llegó a afirmar, en un tuit en febrero de 2016, que «el miedo a los musulmanes es racional», y que esa fe tiene un «componente enfermo». «Hay algo que va mal en el mundo musulmán. ¿Por qué tenemos más seguridad en los aeropuertos? No es porque la Iglesia católica se esté desmoronando», indicó Flynn el año pasado al diario The Washington Post.
La prioridad absoluta que el condecorado militar otorgaba a la lucha contra el yihadismo explica su convicción de que EEUU debe cooperar más con Rusia, y en 2015 desató múltiples críticas en Washington al sentarse al lado de Putin en una gala en Moscú en honor del canal de televisión RT, financiado por el Kremlin.
Flynn tampoco se ajustaba a los esquemas clásicos en lo relativo a Turquía: en noviembre pasado abogó en un artículo por la extradición del predicador Fethullah Gülen, exiliado en EEUU y al que Ankara acusa de estar detrás del golpe de Estado fallido de julio. Bien valorado entre los republicanos de línea dura, Flynn fue nominado por Obama en 2012 para dirigir la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA), un cargo que abandonó prematuramente en 2014.
Quienes trabajaron con él en la DIA aseguran que fue despedido por su caótica gestión del organismo, pero el propio Flynn defiende que el problema fue que él se negó a adherirse a la línea oficial de la Casa Blanca de que los yihadistas estaban perdiendo terreno. Desde entonces, Flynn se convirtió en un ferviente crítico de las políticas de defensa e inteligencia de Obama y, en muchos casos, también de las de George W. Bush, al considerar que los dos últimos presidentes de EEUU han «llevado al país a un desastre tras otro por las razones incorrectas», como dijo en octubre a The New York Times.
La heterodoxia de Flynn llegó a su máximo exponente durante su discurso en la convención republicana, en julio pasado, cuando espoleó entre la multitud los cánticos de «¡-Enciérrenla!» («Lock her up!») en relación a la candidata demócrata, Hillary Clinton, por su mala gestión del correo electrónico cuando era secretaria de Estado. El partidismo de ese discurso, alejado de la neutralidad política que suele exigirse a los militares de carrera, le valió reprimendas de figuras destacadas del Ejército, pero Flynn no se disculpó. «Cuando alguien me dice: ‘eres un general, así que tienes que callarte’, les respondo: ‘¿Tengo que dejar de ser estadounidense?'», argumentó Flynn en una entrevista con el Washington Post. Por si fuera poco, durante la campaña electoral usó las redes sociales para difundir noticias falsas publicadas en portales de extrema derecha sobre presuntos delitos cometidos por Clinton.
Nacido en 1958 en Middletown (Rhode Island), Flynn se graduó en el programa de formación para la Reserva del Ejército en una universidad de ese estado, distinguiéndose desde el principio de su carrera del pedigrí de la academia militar de West Point que comparte buena parte de la elite de defensa e inteligencia de EEUU. Casado y con dos hijos, Flynn fue uno de los artífices del desmantelamiento de redes insurgentes en Irak y Afganistán entre 2004 y 2007 y, antes de aceptar el cargo de asesor de Trump, presidía la consultora Flynn Intel Group. Aficionado a las noticias falsas, no deja de resultar curioso que haya dimitido por una mentira.