Doña Elena respalda con su presencia la continuidad de la Fiesta ante el veto que pretende el tripartito balear
El Coliseo Balear vivió ayer por la noche una jornada histórica. Miles de aficionados respondieron, al grito de «¡-libertad, libertad, libertad!», al propósito del tripartito balear de prohibir los festejos de manera definitiva en las Islas a partir del próximo otoño.
Como unos aficionados más, acudieron a la plaza la Infanta Doña Elena, acompañada de sus hijos, Felipe y Victoria de Marichalar, que fueron recibidos con fuertes aplausos.
En el exterior de la plaza se habían concentrado previamente un centenar de antitaurinos en señal de protesta, separados de los aficionados por un fuerte cordón policial. Por fortuna, no se registraron incidentes reseñables.
Noche mágica
Lo que se presumía una noche que en cierto modo podía ser un poco triste para los amantes de la tauromaquia, se acabó convirtiendo en una noche mágica. En primer lugar, por el excelente estreno de Enrique Ponce en Palma. Con una maestría y un toreo valiente, reconocidos con gritos de «torero, torero», el diestro de Chiva cortó una oreja a su primer toro y dos a su segundo, saliendo a hombros de la plaza por la puerta grande.
El otro gran triunfador de la noche fue Alejandro Talavante, que demostró una vez más el gran momento en el que se encuentra. El extremeño convenció con dos faenas de primer nivel, la primera recompensada con una oreja, al igual que la segunda. Talavante salió también, por tanto, por la puerta grande.
La fortuna no estuvo, en cambio, del lado de José María Manzanares, quien cuajó dos buenas faenas, que sin embargo no fueron culminadas en la suerte suprema. En su primer toro, Manzanares tuvo tres pinchazos, antes de acertar con una gran estocada. Los aficionados recompensaron su entrega con un fuerte aplauso. En su segundo astado, una media estocada y un posterior descabello fueron reconocidos de nuevo con aplausos, pero algo más tímidos que los que recibió en su primero.
El festejo terminó como había empezado, con aplausos y gritos de «¡-libertad, libertad!», ese bien que Don Quijote consideraba el más preciado y hermoso de todos.