Culturas

Françoise Frenkel, un rescate afortunado

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El estilode Frenkel recuerda al de Patrick Modiano, quien prologa el libro
LIBROS

Frenkel logró cruzar la frontera entre Francia y Suiza y ponerse a salvo del destino que, como judía, le hubiera llevado a Birkenau o Auschwitz y a la muerte. Gallimard recupera sus memorias, «Rien où poser sa tête», prologadas por Modiano

Hay libros, pocos, que tienen la fortuna de gozar de una segunda existencia, tanto más grata y sorprendente cuanto alejada del momento de su primera aparición. Es lo que sucede cuando se produce el rescate de un texto perdido en el oleaje del tiempo que, en circunstancias diferentes al de su redacción y su publicación original, adquiere un valor y un sentido que no tenía. Es el caso de «Rien où poser sa tête», de Françoise Frenkel, uno de los acontecimientos literarios en Francia en el pasado año, que además lleva un prólogo de Patrick Modiano y cuya traducción más o menos podría ser «Sin un lugar donde descansar». Libro publicado por vez primera en Ginebra en 1945 por la editorial Jeheber y vuelto a la vida en circunstancias novelescas, al encontrarlo el escritor Michel Francesconi en un mercadillo de Niza, uno de los muchos rastrillos de Francia en los que a veces espera agazapada alguna sorpresa para el buscador entusiasta.

Publicado en septiembre de 2015 por Gallimard, la editorial de Modiano, tras décadas de oscuridad desde su publicación, «Rien où poser sa tête» se ha convertido en el sucesor de «Suite francesa», de Irène Némirovsky, o del «Diario 1942-1944» de Hélène Berr, obras cercanas en asunto y protagonista, además de ser tres mujeres las autoras, aunque el destino de estas pudo evitarlo la polaca y judía Frymeta Idesa Frenkel, nacida en 1889 en Piotrkrów, cerca de Lodz, y muerta en 1975 en Niza, ya convertida en Françoise. Un personaje del que se sabe muy poco y de quien no se conoce ninguna fotografía, lo que contribuye al halo de misterio, de enigma, que rodea al libro.

Bajo Vichy

Françoise Frenkel, tras estudiar en París, llega a Berlín a principios de los años veinte, donde abre La Maison du livre français, la única librería francesa en la capital alemana, junto con su marido, Simon Raichenstein, cuya actividad finalizará en agosto de 1939, unas semanas antes del estallido de la guerra. Durante los últimos seis años fue Frenkel quien dirigió en solitario la librería, pues en 1933, tras el triunfo nazi, su marido estaba exiliado en París.

A su llegada a la capital francesa, Françoise Frenkel parece que no se reunió con Raichenstein, a quien sorprendentemente nunca alude en el relato de su peripecia en la Francia ocupada. Un relato que finaliza en 1943 cuando consigue llegar a Suiza y esquivar el destino de quienes estaban en alguna de las listas de los alemanes o del Gobierno de Vichy.

De Simon Raichenstein sabemos que fue de los detenidos en la redada del Velódromo de Invierno, en julio de 1942, concentrado en Drancy y enviado a Auschwitz, donde murió en agosto, el mismo agosto en que también murieron en ese lugar Irène Némirovsky o Tita Hirschowa, la pintora checa, novia de Manuel Viola y a quien conocía César González Ruano. Todo ello sucedía un mes antes de la llegada de la modianesca Dora Bruder a Drancy, antesala de los campos del Este.

Surje la tentación de investigar. Pero, como sugiere Modiano, quizá sea mejor que Frenkel permanezca en el anonimato

En «Rien où poser sa tête», Frenkel relata con un estilo muy correcto y ajustado su vida desde la llegada a Berlín, su marcha a París y, tras sumarse al éxodo de la «défaite» en junio de 1940, su recorrido, mejor diríamos fuga, por la zona no ocupada bajo el control de Vichy: Avignon, Grenoble, Vichy, Niza, Saint Julien, Annecy… hasta que logra cruzar la frontera suiza y ponerse a salvo del destino que, como judía y extranjera, la llevaría a Birkenau o Auschwitz. Como se ve, son unos lugares muy característicos de la geografía de Modiano, un autor con el que Frenkel no solo comparte alguno de sus temas, la Ocupación, sino también un estilo preciso y poético, con párrafos muy logrados, que dotan al texto de una atmósfera modianesca antes de Modiano.

Es lo que sucede cuando relata sus intentos de cruzar la frontera suiza por Annecy en compañía de otros refugiados, atravesando caminos nevados entre montañas guiados por un pasador del que se adivina les va a traicionar. Un episodio y un paisaje que recuerda al inquietante entorno de Megève, donde se resuelve «Calle de las tiendas oscuras», cuando Modiano pone el destino de Pedro McEvoy y Denise en manos del siniestro Oleg de Wrede, un gánster disfrazado de guía.

La Roseraie

Sin embargo, es en las páginas en las que Françoise Frenkel describe el ambiente de los refugiados del hotel La Roseraie, de Niza, cuando resulta aún más modianesca, pues inevitablemente nos lleva a «Viaje de novios» y a Juan-les-Pins, donde, en una espera angustiosa, la enigmática y atractiva Ingrid Teyrsen y su marido, Rigaud, aguardaban en el hotel Le Provençal un destino semejante al que esperaba a la librera franco-polaca.

Son estos unos párrafos que se encuentran entre lo mejor de «Rien où poser sa tête», en los que Frenkel recorre el hotel planta por planta mostrando la realidad de los huéspedes. Un entorno que resume el mundo cosmopolita de entreguerras y las aportaciones en forma de fugitivos de mil procedencias que caracterizaba a la Niza de los años cuarenta, cuando, junto con Cannes –«Kahn» en la jerga de los «collabo»–, se había convertido en lo que Lucien Rebatet llamaba desde el antisemita «Je suis partout» la letrina de Europa.

No existen fotografías de Frankel, lo que contribuye al halo de misterio que rodea su obra

Con maestría narradora, la autora nos describe a los habitantes del hotel La Roseraie: franceses de todas las condiciones junto a judíos de todas las nacionalidades de la Mitteleuropa- una austriaca, su amiga Elsa Von Radendorf- rusos blancos- un exótico príncipe hindú e incluso una española, refugiada republicana residente desde hacía años en el hotel y compañera de planta de la autora, de la que no da su nombre, y que muere de hambre en la soledad de su habitación sin que nadie supiera de su situación. Una suerte muy distinta a la seguida por otra republicana, Victoria Kent, en el París de esos años.

Un mundo, el del hotel La Roseraie, que se podría decir es algo tintinesco si no fuera por el aliento trágico que se cierne sobre ellos y que Frenkel recoge en su relato. Un destino fatal que, gracias a un golpe de la fortuna, la autora logra esquivar el 28 de julio de 1942, cuando una redada de la policía francesa, que se lleva detenidos a todos los huéspedes extranjeros como ella, la encuentra fuera del establecimiento.

Confiar en el género humano

Desde ese momento, la librera, aún más indefensa, sin papeles, sin cartilla de racionamiento ni equipaje, pasa a la categoría de prófuga, a una clandestinidad que le lleva a depender de terceros para poder sobrevivir en una Francia que desde ese año se ha vuelto más peligrosa. Y es ahí donde se demuestra que es necesario confiar en el género humano, y cómo de la mano de la filantropía y el humanitarismo que comparte la autora al final llega la salvación. Personas como el admirable Marius, el peluquero de Niza, y su familia, la petainista Madame Lucienne y el arquitecto Jean Lettelier reconcilian a Frenkel y a los lectores con sus semejantes y permiten superar tanto sufrimiento.

Ante lo que le sucede y frente a un destino que le lleva durante la Ocupación como una hoja seca a merced del viento, Frenkel muestra serenidad y una elegante distancia irónica, pero sobre todo despliega humanidad y dignidad. Son dos elementos que no es frecuente vayan en compañía y aun menos en los momentos extremos en los que el acoso de los perseguidores, en la forma de la policía de Vichy y del Comisariado General de Cuestiones Judías, iban tejiendo una siniestra red alrededor de su persona.

Su marido falleció en Auschwitz en agosto de 1942, el mismo mes y en el mismo lugar que Irene Némirovsky

«Rien où poser sa tête» es un libro enigmático por su contenido, no solo por haber estado en esa oscura biblioteca del pasado en la que se pierden muchos textos. Es un libro que suscita preguntas –&iquest-como consigue librarse de la detención?, &iquest-por que no menciona a su marido desde que deja Berlín?–, pero sobre todo lo que plantea es el misterio de su autora, de quien se pierde el rastro tras el final de la guerra, aunque se supone que regresó a Niza en 1945, donde murió en 1975.

Sabemos que Frenkel fue una polaca que vivió en Berlín durante casi veinte años pero que se sentía francesa a causa de su literatura, y también que fue una de las afortunadas supervivientes de la Ocupación. Y sabemos, esto con certeza, que Frenkel fue una de esas personas que reúne en su biografía la terrible Historia de Europa en el siglo XX.

Poco más se sabe, de ahí que surja la tentación de la «quest», de la investigación encaminada a desvelar al personaje que parece emprender el apéndice documental que cierra el libro. Sin embargo, y como sugiere Patrick Modiano en su prólogo, quizás sea mejor que Françoise Frenkel permanezca en el anonimato, en esa penumbra de pasillo mal iluminado que no deja ver más allá de los perfiles, como si estuviera en un hotel de los que aparecen en las novelas de Modiano, de donde parece haber salido. Un gran libro y también un feliz rescate.

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