El complejo de tumbas donde descansan varios redactores asesinados durante la Guerra Civil, hace ahora ochenta años, carece de mantenimiento, víctima del vacío que rodea su titularidad
El 20 de agosto de 1936, un mes después del inicio de la Guerra Civil, fue fusilado el que era presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) y subdirector del diario ABC, Alfonso Rodríguez Santamaría. Su muerte, junto a la de otros compañeros de profesión, en idénticas circunstancias, alumbró la efeméride del «Día del Periodista Caído»- una suerte de homenaje para el que se construyó un pequeño sepulcro en el cementerio de La Almudena. A punto de cumplirse el 80 aniversario de tales asesinatos, las tumbas están abandonadas a su suerte por la indefinición de su titularidad.
En el discreto mausoleo, que consta de cuatro sepulturas, fueron enterrados el propio Rodríguez Santamaría y los periodistas Julián Blanco y Pérez del Camino, Enrique Estévez Ortega, José Asenjo Alonso, Fernando Gillis Mercet y Francisco Goñi y Soler. Así figura en las lápidas, a pesar de que el número de inhumados y el de las tumbas no se corresponde. Según figura en el archivo de ABC, los cuerpos estuvieron dispersos por el camposanto madrileño y no fue hasta 1949 cuando, a instancias de la Junta Directiva de la APM (información publicada el 26 de enero de ese año), se trasladaron todos al mismo lugar, donde se levantaría un monumento en su honor.
La Asociación de la Prensa figura en la sepultura y encargó los enterramientos, pero no consta ningún archivo que le adjudique la gestión de las tumbas
El hecho de que se construyera un mausoleo figura tanto en informaciones de prensa como en la memoria anual de 1939 de la asociación, donde se da cuenta del interés por levantarlo «con sencillez, pero con decoro». Una definición que casa perfectamente con la apariencia de las tumbas de La Almudena. No obstante, no se ha encontrado en el archivo de la entidad ninguna partida o documento en la que se especifique el gasto concreto o el año en el que se edificó. Tampoco en la colección de tres libros que narra la historia de la APM, «La Casa de los Periodistas», obra de Víctor Olmos. Sí constan, en cambio, la ubicación de una placa a Rodríguez Santamaría en el Palacio de la Prensa, en Callao, y la fundición en cobre de un busto por valor de 3.000 pesetas. Cómo fue su construcción es una incógnita, pero también quién y cuántos están realmente enterrados en las tumbas.
Si bien están grabados estos seis nombres, en todos los homenajes que hizo la Asociación de la Prensa se recordó el nombre de 28 periodistas asesinados en los primeros compases de la Guerra Civil, todos trabajadores de periódicos conservadores como ABC, «El Universo», «El Debate» o «Siglo Futuro». Desde el Archivo de la APM aseguran que no poseen ninguna lista sobre qué asociados están enterrados en La Almudena y que tampoco en el cementerio se la han facilitado. Este periódico intentó ponerse en contacto con los gestores del camposanto, pero tampoco obtuvo respuesta.
Ocurre lo mismo exactamente con la titularidad de las tumbas. Dado que fue la Asociación de la Prensa la que promovió el «Día del Periodista Caído», que fue ella quien propuso la construcción del mauseoleo y que en el propio sepulcro aparece el nombre de la asociación, todo apunta a que son los propietarios, pero tampoco consta un escrito que lo confirme. Según han explicado desde la dirección de la APM, han hecho una petición al cementerio, pero aún no les han contestado. «Una vez se confirme si somos o no los titulares, tomaremos las medidas oportunas en cada caso», aseguran fuentes de la asociación.
El homenaje, con unas fuertes connotaciones ideológicas y concebido como recuerdo a los mártires de un bando, se celebró desde el final del conflicto y se repitió durante toda la dictadura. Entre 1939 y 1944 se hizo el 20 de agosto, pero posteriormente se pasó al 29 de enero, día de San Francisco de Sales, patrón de los periodistas, porque en verano apenas tenía seguimiento (según consta tanto en el archivo de ABC como en el de la APM).
«No me harán daño»
Lo cierto es que la carga ideológica del recuerdo a los periodistas no encuentra asociación con lo que ellos fueron en vida. Según recoge Olmos en su libro, a tenor de un escrito del cronista de la Villa Pedro Montoliú, «se persiguió a las personas no por quienes eran, sino por su relación con unos conceptos que había que destruir». Así –añade– «tener en casa un ejemplar de ABC o un crucifijo se convirieron en motivos suficientes para terminar muerto en la Casa de Campo».
Está previsto que La Almudena facilite una lista con los nombres de quienes descansan en las tumbas- no se sabe si hay seis cuerpos o si se añadieron más
Por ello, todos los fusilados trabajaban para periódicos conservadores en Madrid. Rufino Blanco, que fue vicepresidente de la APM años anteriores y director de «El Universo», fue asesinado junto a su hijo, Julián Blanco, quien trabajaba en ABC. En la redacción de este diario estaban otros de los fusilados como José Asenjo, Julio Duque Berzal, Enrique Estévez o Ramón Martínez de la Riva. Así, hasta 28 nombres que no abandonaron Madrid a pesar de las advertencias de las que eran un objetivo capital.
Alfonso Rodríguez Santamaría escenifica a la perfección esta situación. El subdirector de ABC, que sucedió a Alejandro Lerroux al frente de la APM, era conocido por su formación y talante conciliador. Prueba de ello es que fue elegido presidente en un momento sumamente convulso, en junio de 1936, con el consenso de las dos facciones que polarizaban España y la propia asociación. «Yo no creo correr peligro. No he hecho daño a nadie. A la presidencia de la Asociación he ido con los votos de rojos y no rojos. No tienen de mí un solo agravio. No creo que quieran hacerme daño», dijo cuando se le avisó de que podrían matarle y que la Legación de China le ofrecía asilo, según recoge una publicación de ABC del 20 de agosto de 1939.
No huyó ni se escondió. Una patrulla de las Milicias de la Prensa se personó en su casa en torno a las cuatro de la tarde. Fue detenido y trasladado a la checa del Círculo de Bellas Artes. Su cuerpo fue hallado en el depósito del cementerio con dos disparos, en el pecho y en la cabeza, junto a su compañero de redacción José Asenjo.