La Moncloa presume de la fortaleza y estabilidad que ha alcanzado el Ejecutivo del PP, «sobre todo si se compara con la situación de los demás»
Mariano Rajoy atraviesa uno de los momentos más dulces desde que llegó a La Moncloa por primera vez, a finales de 2011. Ya no tiene mayoría absoluta, depende de otros partidos para poder gobernar, y hay problemas y retos graves que tienen al Ejecutivo vigilante, alerta y en disposición de actuar en cualquier momento, pero el liderazgo del presidente ha crecido. El «secreto» de esta aparente paradoja lo descubre alguien muy próximo a Rajoy: «Como decía san Agustín, Señor, yo en mí mismo no soy nada. Pero si me comparo con los demás…».
Y esa es una de las claves que explican la actual fortaleza del presidente, confirmada en las últimas encuestas. Hoy se cumplen los primeros cien días de Gobierno, y el PP no solo se mantiene en primera posición, sino que observa desde su atalaya cómo se despellejan sus principales adversarios. Ya lo dijo María Dolores de Cospedal al inicio del Congreso nacional del PP, en la Caja Mágica de Madrid, al comparar la unidad de su partido frente a los «Pimpinela de Vistalegre», en alusión a la guerra sin cuartel de Podemos. Del PSOE prefirió no decir ni media palabra. El PP lo necesita desde el principio hasta el final, y prefiere no hacer sangre de su situación interna ni provocar enfrentamientos estériles.
Rajoy afronta con su legendaria tranquilidad una de las legislaturas más complicadas de la democracia. Pero además se le ve satisfecho por los pasos dados en estos primeros cien días, y decidido a llegar hasta el final de estos cuatro años de mandato, no en un camino estéril, sino fructífero, con acuerdos de Estado que pretende pactar con el PSOE y Ciudadanos, para que duren varias generaciones.
«El balance de estos cien días es positivo indudablemente», aseguran en el equipo de Rajoy. «En poco más de tres meses se ha introducido serenidad en el panorama político, después de un año de bloqueo muy difícil, hay estabilidad y ha aumentado la confianza, como se ve en todos los indicadores».
Aquel bloqueo acabó el 29 de octubre, cuando Rajoy fue investido presidente con el apoyo del PP y Ciudadanos, y la abstención del PSOE. El 3 de noviembre desveló los nombres de sus ministros, que juraron o prometieron sus cargos ante el Rey al día siguiente. Ese mismo viernes 4 de noviembre se celebró el primer Consejo de Ministros, hace justo cien días. Una de las novedades más visibles fue el cambio de portavoz. Íñigo Méndez de Vigo pasó a poner voz y cara a las decisiones del Consejo, con un estilo muy peculiar, pues no en balde sigue siendo el ministro de Educación, Cultura y Deportes, y entre decreto-ley y nombramiento siempre cuela alguna cita literaria o recomendación cultural.
En la nueva etapa, Rajoy pidió a su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, que se hiciera cargo de la respuesta ante el desafío independentista. La número dos del Gobierno asumió así las competencias de política territorial, y puso en marcha la «operación diálogo» en Cataluña. Se acondicionó un despacho en la Delegación del Gobierno en Barcelona y se propuso, primero, que el Ejecutivo tuviera más presencia en esta Comunidad, y segundo, hablar con todos los sectores y partidos, y no solo los independentistas.
Preocupación en La Moncloa
Hasta ahora, el resultado de esa «operación» ha sido más bien modesto, pues los secesionistas siguen en el monte y el Gobierno no ha encontrado una sola fisura en sus filas en la que poder meter una cuña. La preocupación en La Moncloa ha ido a más, y aunque nadie da por zanjada la vía del diálogo, todo está preparado por si hay que tomar «medidas coercitivas» para frenar el intento de sedición.
A Rajoy le queda una carta, la reunión con Puigdemont. El presidente del Gobierno quiere reunirse con él, y de hecho los equipos del Ejecutivo y de la Generalitat están manteniendo conversaciones para ello, pero, según fuentes de La Moncloa, «dos no bailan tango si uno no quiere», y en este caso el que se queda sentado es Puigdemont.
Otra de las grandes novedades del nuevo Gobierno fue la entrada de María Dolores de Cospedal como ministra de Defensa, una cartera sin demasiado peso político, pero que en pocos meses ha sabido dárselo. El giro de la posición del Gobierno con las víctimas del Yak-42, con petición de disculpas incluida, ha situado a Cospedal en primera línea del Ejecutivo.
En el equipo de Rajoy se tiene claro qué ha sido lo mejor de estos cien días: los acuerdos. «Resulta que en una situación que iba a ser un potro de tortura el Gobierno ha sabido moverse, con prudencia, y ha cerrado pactos», dicen en La Moncloa con orgullo. Lo peor, la situación en Cataluña, aunque «eso no es novedad».
El principal pacto de estos meses se cerró en diciembre: el Gobierno y el PSOE acordaron el techo de gasto, la «llave» para los Presupuestos Generales. Ciudadanos y PNV también votaron a favor en el Congreso, pero el partido de Albert Rivera se abstuvo en las medidas impositivas urgentes para cumplir el déficit, y mostró su malestar porque el PP situaba a los socialistas como socio principal. Tuvo que salir Rajoy para aclararlo: su aliado preferente es Ciudadanos, y su objetivo es cumplir los 150 puntos acordados con este partido.
Eso sí, el Gobierno sigue necesitando al PSOE, y lo buscará para los grandes pactos. El siguiente y más importante será el de los Presupuestos, aunque en el Gobierno admiten su dificultad: «Hay que respetar el espacio del PSOE», confiesan. Rajoy ha encontrado en el presidente de la gestora, Javier Fernández, un político veterano con el que puede hablar. Parece algo muy básico, pero Rajoy viene de intentar dialogar con Pedro Sánchez y encontrarse con un muro de hormigón. El presidente llegó a reconocer que jamás había conocido un caso como el de Sánchez en política, con una cerrazón que imposibilita cualquier intento de acercamiento.
Rajoy habla de forma asidua con Javier Fernández, pero también con el resto de dirigentes políticos. «Habla con todos, de forma discreta, y no nos enteramos ni nosotros», aseguran en su gabinete. Es la «legislatura del diálogo», como no se cansa de decir el portavoz, y Rajoy no solo lo pone en práctica, sino que obliga a sus ministros a no olvidarlo nunca.
Diálogo y programa
Con diálogo se han cerrado acuerdos sobre la subida del salario mínimo, el bono social, la devolución de las cláusulas suelo, la puesta en marcha de un pacto por la Educación, y ha empezado a hablarse del pacto contra la violencia de género o sobre las pensiones. «Estamos demostrando que sabemos dialogar y pactar, sin crear más problemas a la gente», explican en La Moncloa. El precio es dejar aparcada una buena parte del programa del PP. Pero esta legislatura es lo que toca. Es una «gran oportunidad», según Rajoy, para buscar puntos de encuentro y cerrar acuerdos de Estado.
El estilo de Rajoy, su mítico control de los tiempos –«¡-presidente, tú tenías razón!», exclamó Cospedal el viernes en la Caja Mágica-, le ha llevado a un segundo mandato con más fortaleza política que antes, pero no solo dentro de España, sino fuera de sus fronteras.
En medio del Brexit, con unas elecciones pendientes en Francia y Alemania que quitan el sueño en la UE, y con una Italia que cambia de presidentes, sin ser elegidos, con una rutina pasmosa, Rajoy se ha convertido en el referente de la estabilidad y del discurso europeísta más potente entre los socios de Bruselas. En Europa valoran de forma especial que en España se haya frenado al populismo, y eso se considera un «logro» de Rajoy y su «piel de elefante», como dijo Merkel.