Sujetos actuales del entorno del artista David Trullo se convierten en modelos de poder propios de otras épocas. El Museo Lázaro Galdiano da entrada a este curioso proyecto fotográfico
Desde sus comienzos, el trabajo de David Trullo (Madrid, 1969), se ha concentrado recurrentemente en la imagen masculina, que ha abordado desde múltiples perspectivas a la búsqueda de las estructuras que configuran su identidad, tanto privada como en su vertiente grupal, colectiva y pública. Organizado por series, Trullo ha hecho hincapié sobre todo en esos aspectos relativos a la sexualidad y el género que marcan las señas identitarias de comunidades y subculturas.
Así, hace ya unos años le vimos revisar los arquetipos del cuerpo que ofrece la industria juguetera mediante las imágenes de los cada vez más musculosos muñecos que esta proporciona al mercado, a través de las de hombres comunes que, por generación y contexto, parecen inevitablemente marcados por semejantes ideales.
Un discurso ancestral
El cuarto de baño y la «toilette», así como el universo de los urinarios púbicos y las áreas de «cruising»- el Ecce Homo como epítome del cuerpo masculino expuesto, o la inversión de la «Olimpia» de Manet, derivada de golpe a un asunto entre chicos, son algunos de los motivos más certeros que Trullo ha manejado a lo largo de su trayectoria, en cuyo fondo late un cierto comentario crítico sobre la organización histórica del poder y del discurso político en clave heteronormativa. Aspecto que, por cierto, desde su labor como comisario y agente cultural, adquiere la cara explícita y más desinhibida del personaje de Vera Icon, tras el cual Trullo se traviste para esas labores.
La otra clave que funcionaría como hilván entre sus distintos proyectos sería el empleo desinhibido de los registros historicistas, de la iconografía clásica a la mitología pagana o cristiana, con que a menudo consigue que su crítica adquiera un tono digamos universal. Semejantes referencias al mundo culto y antiguo imprimen a los trabajos de Trullo aires de atemporalidad, donde supera las limitaciones de interpretación impuestas por nuestra propia época, los casos concretos y las urgencias del presente, convirtiendo a sus personajes –a menudo amigos y conocidos suyos–, en la encarnación de verdaderos temas.
Trullo recrea, quizá parodia pero también continúa, creo que incluso a su pesar, los viejos modelos en que el poder se perpetuaba
La serie que ahora presenta en el Museo Lázaro Galdiano es ejemplo de ambos mecanismos. Bajo el título de «Acuñados», Trullo completa un proyecto anterior en el que retrataba de lado las cabezas de su entorno profesional e íntimo, imprimiendo un pequeño retoque en el perfil digital que las aproximaba a efigies del mundo grecorromano. Cualquiera de ellas, reconocible por ser un personaje público actual, o porque se delata su contemporaneidad en el peinado, patillas, barba o cuello de la camisa, adquiere aquí de golpe un aire lejano, histórico, mítico. Acentuando el arco superciliar, forzando ligeramente la posición de la testa, y dotando a todos de una nariz griega –sin cabellete–, cierto prognatismo, cuellos anchos, gesto adusto y serio, todos esos rostros familiares se transforman en prohombres y héroes, militares de leyenda, emperadores, reyes, papas, conquistadores&hellip-
Lo nunca visto
Ahora Trullo retoma estos retratos y los pone en diálogo íntimo con parte de la colección del Museo Lázaro Galdiano, donde para la ocasión se ha llevado a la pequeña sala de exposiciones temporales parte de sus joyas de numismática, medallas conmemorativas, camafeos… donde la tradición del retrato de perfil fue profusamente empleada. El montaje, en apretado gabinete y con predominio de la vitrina, incide en ese aire antiguo, decimonónico, propio del gran coleccionismo de interés enciclopédico y del discurso museográfico asociado a él. Es algo que esta propuesta desarrolla, de hecho, pues junto a la obra más reciente del artista, el visitante podrá acceder a un interesante conjunto de piezas no siempre accesible en la exposición permanente de la institución, a pesar de su evidente interés.
Más allá, el artista ha dado una «piel» nueva a las fotografías originales, que aquí se presentan de manera inédita, producidas en diversas técnicas de transferencia fotográfica sobre cerámica. Juegos de texturas y efectos del borrado del paso tiempo sobre la imagen (oxidación, erosión, desgaste por uso, desvanecimiento, humedad&hellip-), que le han ocupado el último año para este singular proyecto donde no sólo el arte antiguo y el contemporáneo entran en contacto, sino donde el segundo recrea,quizá parodia pero también continúa, creo que incluso a su pesar, los viejos modelos en que el poder (y el de la representación lo es en grado sumo) se perpetuaba.