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Arte ruso, hoy es mañana

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Detallle de una fotografía de El Lissitzky
ARTE

El arte también se volcó con los nuevos postulados de la utopía rusa. La palanca del cambio se situó en el arte de acción, que se golpeó de bruces con el nuevo realismo soviético

El arte brota siempre en el tiempo, en el ámbito de situaciones sociales y culturales específicas. El extraordinario despliegue de propuestas en los treinta primeros años del siglo XX en Rusia tiene como trasfondo el terrible impacto de las tres revoluciones políticas que allí se fueron sucediendo. Rusia estaba cambiando, y el inmovilismo del tiránico y anquilosado régimen zarista fue dando paso a fuertes sacudidas revolucionarias: en 1905, en febrero de 1917 y en octubre de ese año.

El anhelo de una nueva sociedad despuntaba también en la búsqueda de la innovación en los campos de la cultura y las artes. Treinta años en los que podría hablarse de una gran aurora, un florecimiento intensísimo en todos los espacios de creación, que acabaría terminando trágicamente con la implantación del régimen concentracionario estalinista: detenciones, deportaciones, muertes, exilios&hellip- En definitiva, silencio forzado.

Disciplinas autónomas

Coincidiendo con la I Guerra Mundial, se despliega el movimiento que hoy conocemos como Formalismo Ruso, que impulsaría la consideración de la teoría y la crítica literaria como disciplinas autónomas. La voz poética de Vladimir Maiakovski (1893-1930) se agita con fuerza entre las masas que anhelan libertad. Vsévolod Meyerhold (1874-1940) introdujo en el teatro las propuestas creativas de la convención consciente y la biomecánica. En el cine, Sergéi Eisenstein (1898-1948) revolucionó el montaje de las imágenes fílmicas. Y la música, con una riqueza que sigue resonando con la máxima intensidad, de Scriabin, Stravinski, Prokofiev, Shostakovich…

No menos luminoso fue el despliegue en las artes visuales, un auténtico arcoíris. Imposible mencionar a todos los protagonistas. Pero necesario recordar a los imprescindibles. Fíjense: Malévich, Tatlin, Vasili Kandinski, Marc Chagall, El Lissitzky, Rodchenko, Klucis… Y algo especialmente significativo: el importante número de mujeres. Entre ellas, Goncharova, Alexandra Éxter, Liubov Popova, Varvara Stepánova…

Durante décadas, ese impresionante florecimiento artístico ruso permaneció casi olvidado en Occidente. Fue en los años setenta del siglo ya pasado cuando comenzó un intenso proceso de recuperación y estudio que últimamente, y coincidiendo con la rememoración centenaria de los sucesos de 1917, ha dado lugar a un conjunto de importantes exposiciones internacionales sobre la vanguardia artística rusa.

Grandes colecciones

¿Cuál fue el comienzo de ese despertar vanguardista? Hay aspectos especialmente relevantes. Por ejemplo, la formación de las grandes colecciones de Sergéi Shchukin e Ivan Morozov, que llevaron a Rusia un número impresionante de obras de grandísima calidad de la escena artística internacional de aquel tiempo, y, especialmente, de las figuras tanto de los antecedentes como de la vanguardia francesa. Todas ellas, hoy, en los museos estatales rusos. Hay también que mencionar los viajes y desplazamientos de los artistas rusos a las ciudades-foco de la cultura europea en esos años: París, Berlín, Múnich, Roma&hellip- Gradualmente, fueron recibiendo los nuevos impulsos de la vanguardia europea -fauvismo, expresionismo, cubismo, futurismo&hellip-– en un registro cosmopolita, hasta entonces nunca tan intenso en Rusia. Esos nuevos impulsos «de fuera» se integraron con la voluntad de recuperar y renovar las tradiciones culturales propias y con el descubrimiento de lo nuevo en la misma Rusia: la vida en las ciudades y la expansión de las máquinas.

Malévich señalaba «la posibilidad de acabar con el mundo libresco y reemplazarlo por la acción»

Todo ello se fue concretando en la aparición de una serie de tendencias artísticas plurales: neoprimitivismo, rayonismo, cubofuturismo, suprematismo, constructivismo y productivismo. Un rasgo común, que puede apreciarse incluso en sus denominaciones, es la síntesis de lo exterior con lo interior.

Antes de la Revolución del 25 de octubre de 1917 (7 de noviembre en nuestro calendario), el arte ruso buscaba algo específico, a partir del contraste con el europeo. En un texto de gran profundidad teórica, «Del cubismo y el futurismo al suprematismo» (1915), Malévich decía: «Me he transformado en el cero de la forma y emerjo de la nada a la creación, esto es, al suprematismo, al nuevo realismo de la pintura: la creación no-objetiva». Hay que entender aquí «no-objetiva» como «no figurativa», lo que permite comprender la impropiedad de la aplicación del rótulo «arte abstracto» al no figurativo de las vanguardias. El arte siempre ha sido abstracto, desde su descubrimiento cultural en la Grecia clásica conlleva un proceso de abstracción de las formas.

La Revolución fue vivida por los artistas rusos como un acontecimiento que abría una vía de convergencia entre vida y arte. Y así, el nuevo arte debía ser reflejo de la nueva sociedad en construcción. La línea que abrió quien fuera Comisario del Pueblo para la Educación entre 1917 y 1929, Anatoli Lunacharski, apuntaba en esa dirección, manifestando la necesidad de la no injerencia política en las actividades artísticas. En una de sus manifestaciones, que debería ser referencial para los políticos actuales, afirmaba: «En cuestión de forma no debe tenerse en cuenta el gusto del Comisario del Pueblo, ni de ningún representante del Gobierno». Y a ello se unía la puesta en marcha de instituciones y museos para presentar «el nuevo arte» al pueblo. ¿En dónde se situaba entonces la convergencia entre arte y sociedad? Los propios artistas dan la clave: en una concepción del arte centrada en la acción, en el arte como acción. En su «Manifiesto realista» (1920), Naum Gabo y Nikolaus Pevsner decían: «La acción es la verdad más alta y más firme». Y Malévich, en «El suprematismo» (1920), señalaba con rotundidad «la posibilidad de acabar con el mundo libresco al reemplazarlo por la experiencia, la acción, a través de las cuales todos comunicarán con la creación total».

A pie de calle

Es decir, se buscaba un arte a pie de calle, capaz de introducirse de forma directa en la vida de la gente. En su declaración de 1920, «El trabajo por realizar», cuando concibe la maqueta del «Monumento a la III Internacional» (que no llegaría a realizarse), Tatlin pedía a los artistas «tomar el control de las formas halladas en la vida cotidiana». La utopía de la nueva sociedad actuaba como eco y reflejo, con registros recíprocos, de la utopía de un arte nuevo.

Ese «sueño» crítico y abierto, se vino abajo, en paralelo también con la frustración de la utopía social, bajo el dominio de Stalin. Su consuegro Andréi Zhdanov, nombrado en 1934 Secretario del Comité Central del Partido Comunista, acuñó el rótulo «realismo socialista» como expresión de la única línea permitida en el conjunto de las artes. Y eso conllevó la condena de la vanguardia, el retorno al tradicionalismo, la censura. Y aún peor: detenciones, campos de trabajo, fusilamientos, exilios. La nueva aurora de la cultura quedó ahogada en la penumbra del crimen. Pero el arte resiste en el tiempo. Aquellos artistas siguen transmitiendo su hoy en el mañana actual, y en el que habrá de venir.

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