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Anna, la hija «no deseada» de Sigmund Freud

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Anna Freud, fotografiada en 1928 por Florian Lierzer – Sigmund Freud Foundation
Cultura – Libros

La novela «Fresas silvestres para Miss Freud» se adentra en la desconocida vida de la última vástaga del padre del psicoanálisis

Mujer abnegada, brillante, contradictoria y excepcional, y pionera en el psicoanálisis infantil. La novela biográfica «Fresas silvestres para Miss Freud» (Berenice) se adentra en la vida de la «desconocida» Anna Freud, una mujer celosa de su intimidad, y en lo intelectual, siempre a la sombra de su admirado padre.

Fue la última y «no deseada» hija del padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, y la única de los seis vástagos del profesor austríaco que siguió sus pasos, dedicando su vida al psicoanálisis infantil, y a pesar de ello, «ser hija de quien fue en vez de hacerle un favor, le ha perjudicado». La periodista Elisabet Riera (Barcelona, 1973) hace en «Fresas silvestres para Miss Freud» un repaso por la vida y obra de una mujer «desconocida», a quien ella misma descubrió a través de los textos de su padre y no por los suyos propios.

«Siempre he estado muy interesada por el psicoanálisis. Había leído mucho sobre Sigmund Freud, hasta que en algún momento di con un texto en el que se mencionaba a Anna», reconoce la autora. Anna Freud (Viena, 1895-Londres, 1982), el «pequeño demonio negro» del profesor, «despertó» la curiosidad de Riera, que se embarcó en este proyecto en 2008. «Vi que había hecho cosas importantes, sobre todo en psicoanálisis infantil, y que aún así era muy desconocida. Tenía una sombra tan grande de su padre, porque era un personaje tan potente, que ella había quedado olvidada».

«Fresas silvestres para Miss Freud», fruto de un trabajo de investigación de la obra de la psicoanalista y de las cartas personales que se conservan en los museos de la familia Freud en sus domicilios de Viena y Londres, basa su estructura en los «flashback». Algo que «le va bastante al tema de fondo» ya que, para su autora, es una forma de narrar «muy psicoanalítica»: «Es como tumbarte en el diván y dejar que salgan solos los recuerdos», precisa. Y son los recuerdos de la vida de Miss Freud, desde su infancia en Viena, los que se van sucediendo en la novela simulando la última vez que la austríaca entra en su domicilio de Londres, en el número 20 de la calle Maresfield Gardens.

Complejo de Edipo

Las dos guerras mundiales que asolaron Europa, la irrupción de los nazis en su Viena natal y el consecuente exilio de la familia a Londres– la devastadora muerte de su padre- la fundación de las guarderías Hampstead en la capital británica para acoger a niños afectos durante la guerra y los episodios más personales de una mujer «muy celosa en la intimidad» que sentía por su padre «un complejo de Edipo brutal».

«Dio charlas públicas en las que decía que la homosexualidad era una enfermedad que tenía que curarse»

«Lo adora infantilmente» en los primeros años de su vida, explica Riera, y «cuando va creciendo se convierte en una discípula devota». Discípula que empieza a ser psicoanalizada por su padre en la adolescencia, con fines educativos, en una sesiones al principios marcadas por el análisis de las fantasías masturbatorias de una joven Anna que era «carne de cañón del psicoanálisis».

Las teorías de su padre y ella «van creciendo a la par», y el profesor Freud estuvo «todo el tiempo queriendo encaminar» a su hija hacia una «feminidad al uso, tradicional y heterosexual», a pesar de sus «obvios» impulsos de enamoramiento hacia otras mujeres. Unos impulsos que se manifestaron, sobre todo, con Dorothy Burlingham, la hija menor del creador de los almacenes Tiffany que, tras separase de su esposo, contactó con ella en Viena para tratar a su hijo mayor.

Su relación con Dorothy Burlingham

«Compartieron crianza de los hijos, trabajo, pasión por el psicoanálisis, vivienda, viajes, amigos… Compartieron la vida. Compañeras de vida lo fueron seguro», apostilla Riera sobre la amistad que unió a las dos mujeres durante cincuenta años, aunque Anna Freud siempre negó en público una «relación» con la americana.

Una mujer llena de contradicciones -«sí que dio charlas públicas en las que decía que la homosexualidad era una enfermedad que tenía que curarse», apunta Riera-, cuyo «gran esfuerzo» fue «dominar y disciplinar» sus pulsaciones. «Creo que simplemente Anna le hizo caso a su padre, pero sí tenía obviamente impulsos de enamoramiento hacia mujeres. Y con Dorothy yo creo que de amor absoluto», explica la autora, basándose en un «gran hallazgo»: unas cartas que se intercambiaron ambas mujeres, seleccionadas para la novela.

El título del libro, basado en las primeras palabras oníricas e inconscientes que pronunció Miss Freud -el primer sueño que psicoanalizó su padre-, es, para la autora, «el símbolo de los deseos reprimidos de Anna».

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