Culturas

В«El arte de saber verВ», lo que Cossío hizo por El Greco

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Detalle de В«El entierro del Conde de OrgazВ», de El Greco
ARTE

Una muestra y una publicación repasan la labor de Manuel B. Cossío en la Fundación Giner de los Ríos -que tan bien conoció-, poniendo el acento en su relación con Toledo y El Greco

Con ese espíritu interdisciplinar y esa mirada transversal que caracteriza a todos los proyectos que se coordinan desde la Residencia de Estudiantes (que ha aportado los recursos humanos editoriales, técnicos, artísticos y legales para una exposición y un catálogo que ejecutan la Institución Libre de Enseñanza y Acción Cultural Española), se ha llevado a cabo una iniciativa necesaria, sobre todo en lo que tiene de recuerdo de esa figura estrictamente admirable y siempre ejemplar que fue Manuel Bartolomé Cossío (Haro, 1857-Collado Mediano, 1935).

Su fecunda vida y su duradera obra darían para una gran monografía que explicase además su contexto histórico y político, con digresiones que exploraran cuál era el estado en el que estaban en España los que serían sus numerosos campos de trabajo pedagógicos, artísticos, antropológicos y sociales, y cuáles fueron sus enormes aportaciones a cada uno de ellos (a la manera de lo que, entre 2015 y 2016, se hizo con Francisco Giner de los Ríos, quien fue no sólo su maestro y amigo, sino la figura decisiva de su vida, la que multiplicó su perspectiva y sus ambiciones). Pero, mientras esperamos esa posibilidad, seguimos recibiendo «adelantos» parciales, como piezas de un puzle que algún día podremos contemplar y leer.

Puesta en valor

Si en 2014 Ana María Arias de Cossío y Covadonga López Alonso publicaron el hiperinformativo epistolario «Manuel B. Cossío a través de su correspondencia. 1879-1934» (introducido por un largo prólogo que ya contenía un primer y revelador «Apunte biográfico»), ahora estas tres salas en la renovada sede de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), así como el catálogo que las amplía y las hace permanentes, vienen a estudiar con cierta exhaustividad lo que Cossío hizo en relación a la apreciación de El Greco, a quien paradójicamente (dado que estamos hablando de alguien nacido en Creta) consideró una «síntesis de la identidad española», en palabras de Salvador Guerrero, comisario de la exposición y editor del catálogo.

El libro de Cossío sobre El Greco, publicado en 1908 tras años de documentación, viajes, consultas, hallazgos, catalogaciones y análisis, es todo un monumento a la obra bien hecha, un proyecto bien concebido e impecablemente ejecutado en el que se invierte inteligencia, tiempo, dedicación y sensibilidad. El amor al trabajo está en la genética fundacional de la ILE, y tanto en los contenidos como en la presentación de ese libro (publicado en dos volúmenes -uno con los textos y otro con las ilustraciones en láminas- bajo el sello del editor Victoriano Suárez) se aprecia también otra marca de la casa, que es la de la alergia por cualquier forma de ostentación.

El libro de Cossío sobre El Greco es todo un monumento a la obra bien hecha

La búsqueda afanosa de la impecabilidad es incompatible con cualquier forma de sofisticación innecesaria, y eso es algo que se ve también en la arquitectura de la Residencia de Estudiantes («obra ma- estra» de la ILE, una especie de «guinda»), concebida como un espacio de trabajo que ha de contar con suficientes y modernas comodidades, pero que ha de prescindir de todo boato– o también en las publicaciones institucionistas, incluidos los libros de la Residencia, diseñados por Juan Ramón Jiménez con una sobriedad luminosa y una eficacia sencilla que, a su modo, se mantienen hasta hoy.

Regresar a Toledo

Sucedió además que aquella obra (un verdadero hito que de alguna manera supuso el arranque en España del modo de estudiar el arte con recursos actualizados, aceptando los mejores precedentes analíticos, sin prejuicios heredados), no sólo puso de moda a El Greco al reivindicarlo (dando pie a libros de Ramón Gómez de la Serna, Eugenio d’Ors o Gregorio Marañón), sino que de algún modo confirmó una tendencia que llevaba décadas en marcha y que era la de volver la vista a la ciudad donde el pintor vivió, trabajó y murió. «Toledo es la ciudad que ofrece el conjunto más acabado y característico de todo lo que han sido la tierra y la civilización genuinamente españolas», afirmó Cossío en «El arte en Toledo» (recogido en el libro «De su jornada»), y a la ciudad castellana se dedica más de un tercio de la exposición, hasta el punto de que extraña que el topónimo no aparezca en el título de la muestra. Tras un pequeño repaso a la vida de Cossío y varios metros dedicados a El Greco (no sólo hay cuadros originales, sino una curiosa colección bibliográfica que alberga incluso opúsculos que se preguntan si fue El Greco astigmático), la cita se vuelca en ese «toledismo» que estaba en auge, remotamente rastreado desde «Cigarrales de Toledo», de Tirso de Molina, y llevado hasta las sesudas juergas de la «Orden de Toledo», cuya «onda expansiva», rebotando por los años y las circunstancias, llegaría hasta el rodaje de «Tristana», de Buñuel, pasando por las visiones del 98 o la huella que las visitas de las Misiones Pedagógicas (cuyo patronato presidió Cossío) dejaron en pueblos de la provincia.

Horas de vagabundeo

Tal vez se me permita añadir que hace unos años, en septiembre de 2007, quienes por entonces éramos becarios en la Residencia de Estudiantes fuimos invitados a un congreso en Toledo, y aprovechamos entonces para vivir una «noche toledana», esas largas horas de vagabundaje introspectivo que Carlos Saura reflejó bien en la película «Buñuel y la mesa del Rey Salomón». Pero ninguno de nosotros aguantó más de dos horas antes de volver al hotel, lo demostró aquello de la decadencia de las costumbres, el languidecer de la magia, un melancólico fin de época. Eran ya años de trabajo, no de bromas, en la «Edad de Plata».

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