Culturas

Utopías: anhelo y descreimiento

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«This Is Not a Time for Dreaming», de Pierre Huyghe

El Centro Pompidou de Málaga renueva su colección permanente con una nueva selección de sus fondos: la utopía, su anhelo y su imposibilidad, es la consigna

Cada época persigue «sus» utopías. Bien es cierto que algunas son recurrentes, sueños o quimeras que nos acompañan casi desde que empezamos a tener conciencia de nuestra configuración como especie. Tal vez por ello se repiten. La utopía se alimenta en cada época de las condiciones de vida y ordenamientos de los que se quiere escapar y, como esperanzadora respuesta a ellas, por el ideal de sociedad al que propender. La aspiración a la utopía genera un proceso de retroalimentación– la dificultad de la misma -si no la imposibilidad- implícita en su condición, o la incapacidad de mantener logros apenas alcanzados, frustrados en ocasiones por otros actores, genera realidades distintas a las expectativas que pueden desembocar en distopías, en escenarios similares a los que se perseguía dejar atrás. El relato de Utopías modernas cuenta con ello, con el fracaso de esas utopías modernas, aunque en el camino las transformaciones llegaron.

Asistimos en esta segunda presentación de los fondos de la institución francesa, a modo de exposición permanente, a un continuo pivotar entre la ilusión y, cuanto menos, el descreimiento de ésta, especialmente acentuada en las obras de las últimas décadas del siglo XX y los primeros años del XXI, propio de un desapego y una falta de confianza de los relatos utópicos. En cualquier caso, el comisariado no se ceba en los fracasos, pero deja la puerta abierta a que cristalice la duda- asumamos la «desviación» de aquel ideal -lo vemos en el apartado «La ciudad radiante», en la que sobrevuelan algunas máximas y ejemplos urbanísticos fallidos de Le Corbusier, que se refuerzan por un cautivador vídeo de Pierre Huyghe, a modo de alegoría sobre lo especulativo e inconsistente de la arquitectura utópica– asistamos a cómo los artistas intentan desactivar y subvertir las medidas que, desde el poder, pretendían acallar los intentos utópicos, como ocurre con el arte inconformista ruso (1953-1989), que se oponía al realismo socialista de Stalin- o sonriamos, e incluso mostremos desdén, ante las aspiraciones domésticas y hedonistas de algunas obras posmodernas. De este modo, el recorrido por la cita nos hace bascular entre el optimismo y el humor o la ironía, si bien esta última puede introducir cuestiones gruesas de índole histórica o incluso sobre la propia consideración de la utopía.

Agentes y armas

Las poco más de 60 obras, fechadas desde la primera década del XX hasta prácticamente la actualidad, proyectan a los artistas no sólo como insustituibles figuras en la configuración del imaginario en torno a la utopía (se exhibe una de las reconstrucciones de la maqueta del Monumento a la Tercera Internacional, de Tatlin, paradigma de la arquitectura utópica), también como agente y arma en pos de un nuevo orden social que debía acompañarse de un nuevo orden estético. Implicación, como vemos en el conjunto, que podía llegar a través del compromiso político, desde una «obra parlante» o desde lo especulativo. En este sentido, el arte abstracto adquiere en algunos lances valor de (nueva) organización del mundo (el neoplasticismo o incluso algunos debates en el seno de Dadá).

Ciertamente, el arranque de la exposición nos sitúa ante un escenario modulado por la ilusión y en el que se acumulan las obras de Delaunay, Malévich, los hermanos Stenberg, Freundlich, Gargallo o Julio González, las cuales, en una máxima del comisariado, dialogan, para complejizarse, con las muy postreras de Equipo Crónica o Chris Marker. Y, a partir de aquí, continuando con esa transversalidad que origina enriquecedores diálogos, llega el final de las ilusiones. En este punto, el arte ruso se muestra ejemplar del truncamiento de las utopías. Las obras de Kandinsky, Chagall o Malévich actúan como «cantos de cisne» ante el advenimiento del nazismo y del estalinismo, los cuales, además de prohibir y perseguir el arte de vanguardia, impusieron relatos ideales y edénicos. Y frente a esos contra-relatos silenciadores, como los funestos acontecimientos históricos, presenciamos otros contra-relatos, los que llevan a cabo los artistas inconformistas rusos y otros del área de influencia soviética. Muchos desarmarán paródicamente el heroico y maniqueo realismo socialista, como Adach, recuperarán a los maestros prohibidos o, como Bulatov, avistarán el final del comunismo y la llegada de las prometedoras Perestroika y Glásnost.

Acción y reacción

Las ilusiones y desilusiones se suceden en una espiral de acción-reacción, de relatos y contra-relatos. Los vídeos de Thomas Hirschhorn (Acción antifascista) y de la cubana Tania Bruguera (¡País mío, tan joven, no sabes definir!) perpetúan esas críticas a ideologías que se arrogaban una consideración de utopía o suponían la degeneración de unos postulados utópicos.

La arquitectura adquiere un lugar fundamental en el conjunto. La naturaleza útil y funcional de la misma la ha convertido en espacio de reflexión sobre el mejoramiento de la sociedad. Se exponen ejemplos difícilmente realizables, como ciudades submarinas, y ejercicios realizados -con una destacada presencia de estudios españoles- que evidencian un compromiso con los valores de sostenibilidad y justicia.

De entre otras muchas obras -el vídeo de Bartana es sobresaliente-, las de Picasso y Doig cobran un sentido especial: respectivamente, una escena bucólica y un personaje que parece emprender una escapada de la civilización- la añoranza y la huida ante la distopía y la imposibilidad de la utopía.

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