Culturas

Oti Rodríguez Marchante y el paraíso perdido de la infancia

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Oti Rodríguez Marchante, crítico de cine de ABC – INÉS BAUCELLS

El crítico de cine de ABC reincide en el cuento infantil con «La importancia del primer cero»

Llegó a la tierra de los colores vivos casi por casualidad, picando y repicando a toda prisa un primer (y único) cuento para una antología que le había pedido una amiga editora y, entre idas y venidas al cine e incontables críticas y reseñas sobre todo lo que ha pasado por una pantalla grande o chica en los últimos veinticinco años, descubrió que le había llegado el momento de empezar a escribir en serio. Porque, en efecto, nada hay más serio que vérselas con el cuento infantil y conseguir, ni que sea por unos minutos, que un crío «deje la maquinita y coja un libro».

«En mi época, la literatura infantil era muy importante: te daba un entretenimiento que quizá ahora proporcionan otras cosas», reflexiona Oti Rodríguez Marchante, crítico de cine de ABC y autor reincidente en las estanterías infantiles y juveniles. «Quedé muy contento con el primer libro y era evidente que iba a hacer un segundo», destaca ahora que, seis años después de estrenarse con «Adiós a la tierra de los colores vivos», regresa con el también ilustrado «La importancia del primero cero» (A Buen Paso).

Un primer cero que no es, como podría pensarse, el primer cate, esa turbulencia académica por la que todos hemos pasado una u otra vez, sino la mucho más inevitable fuerza cinética de la edad: uno pasa de los 9 a los 10 y, «ale-hop», ahí está el primer cero, abriendo un panzudo agujero con vistas al futuro y dando al traste con toda una década de números solitarios y cabizbajos.

El primer cero

«La importancia del primer cero es cuando te cae el dígito- a partir de entonces da la sensación de que hay muchas cosas que no puedes hacer. Es ese periodo en el que dejas de ser no un niño, pero sí un bebé, para tomar las riendas de tu nave», destaca Rodríguez Marchante, cuyo trabajo de campo -esto es: observar con lupa el comportamiento de su hijo mayor, que en el momento de escribir el libro acababa de cumplir diez años, así como el de sus amigos- se traduce en cuatro historias protagonizadas por Andrés, Fredi, Paula e Iñaqui. Cuatro niños a los que la ilustradora Carmen Segovia adjudica otros tantos colores y que el escritor, periodista y ahora también cuentista conecta a partir de una «anécdota común» que, señala, le permite hablar de las cosas que les «pasan a ellos, cómo se sienten con sus amigos, con ese mundo chico-chica que empieza a cobrar importancia…».

Además de esas cuatro historias con las que pone a prueba su pulso narrativo y afronta el reto mayúsculo de cambiar de altura y de tamaño como Alicia tras pimplarse la misteriosa botella -«tienes que escribir lo mejor que puedas sin pasarte al lado oscuro de la literatura de adultos, no tienes que demostrar lo listo que eres ni lo bien que escribes»-, se atreve también Rodríguez Marchante con un cómic– una suerte de «spin-off» protagonizado por Berto, hermano de Fredi y atípico superhéroe con el que desliza «tres pinceladas sobre la fina línea que separa el bien del mal». «Es un libro muy blanco», destaca sobre un volumen que se completa con las ilustraciones con las que Carmen Segovia sintetiza algunos de los capítulos más determinantes.

Una nueva manera de competir con los múltiples frentes abiertos que tiene el ocio infantil y juvenil y, al mismo tiempo, seguir buscando esa puerta que conecte la edad adulta con la infancia desaparecida. «La vida, el tiempo, te lleva a un lugar en el que puedes conseguir cualquier cosa, salvo meterte otra vez en la infancia. Está dicho cien veces, pero es así: es un paraíso perdido. Lamentablemente, yo no tengo mi infancia en la cabeza, no tengo buena memoria, así que busco un poco entender ese paraíso perdido», sentencia Rodríguez Marchante.

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