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Gerardo Fernández Albor, el presidente del «sentidiño»

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El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, junto a Gerardo Fernández Albor – MUÑIZ
Galicia

Recién cumplidos los cien años, el primer responsable electo de la Xunta confiesa que se encuentra «bien». La suya es una vida al servicio de Galicia: «Cumplí con mi deber»

A Gerardo Fernández Albor (Santiago, 1917) le llegan elogios de una generación de políticos que no es la suya. Hablan de su compromiso, su honestidad y su humanismo desde la perspectiva que solo el tiempo les ofrece. El primer presidente electo de la Xunta, recién cumplidos los cien años, siempre se presta a escucharlos aunque confiesa que uno puede agotarse hasta de las buenas palabras. Atiende a ABC en una breve conversación telefónica, desde su retiro en el rural de Santiago: «Me encuentro bien, pero muy cansado».

Es la víspera de que Mariano Rajoy le imponga la Medalla al Mérito del Trabajo y se cierre un círculo histórico. El presidente de Gobierno condecorará a uno de sus mentores durante su paso por la política autonómica: a quien lo ascendió a vicepresidente cuando Albor padeció las intrigas de sus compañeros de gabinete. «Yo conozco a Rajoy desde niño. Antes de dedicarse a la política, sacó unas oposiciones que lo harían millonario en un año. Hoy los políticos no han demostrado antes que saben vivir de otra cosa. Somos la nación que más crece en Europa y eso es una obra de Rajoy», rememoró en la última entrevista concedida a este diario, el pasado mes de abril.

Las escenas que evoca Albor son las de un Santiago que se desperezaba de los años de la dictadura. Él fue culturalmente criado bajo el manto de los cenáculos galleguistas de la época, los que tallaron su talante autonomista. Compatibilizaba las reuniones de café con su primera vocación:cirujano. «Como médico pienso solo en lo malo. La ignorancia de los enfermos es magnífica a veces, pero a mí es difícil que me engañen. Si me dicen que no es nada, &iexcl-puñetas!», cuenta con un refinado sentido de la «retranca».

Por la puerta de su consulta entró, disfrazada, la palanca que le catapultó a la presidencia de Galicia. Cuenta el presidente del Consello da Cultura Galega, Ramón Villares, que uno de sus conocidos aprovechó la dolencia de un nieto para consultarle sobre sus aspiraciones políticas. No dio respuesta hasta consultarlo con su esposa, «Chon», que le aconsejó que obrara en conciencia. El resto es la historia de la construcción de un autogobierno, asentado los cimientos arenosos de la época: «Cuando era presidente solo tuve un coche de los que se hacían en Vigo. Me parecía que debía apoyar».

Con su mandato llegó la consagración del Estatuto de autonomía, al que ahora pide proteger. Le agradan «los hombres que quieren vivir en paz, justicia y libertad» y rechaza todo tipo de veleidades, incluidas las del secesionismo: «Yo le preguntaría a los independentistas, &iquest-y ustedes qué moneda van a tener? Es de coña». Suya es la interpretación de lo que Cataluña llaman «seny». Albor siempre se decantó por la política del «sentidiño». «Vería mejor a Galicia si los políticos gallegos pensasen más en España, en la democracia pura, antes que pensar en sus ideas», reflexionó para este diario.

Allí suele recibir a las visitas, como la de Alberto Núñez Feijóo, a quien no duda en colocar como el mejor relevo posible de Rajoy: «Ojalá (…) Nadie sabe lo que es ganar por mayoría absoluta tres veces seguidas». Albor no tuvo esa oportunidad: acosado por la dimisión en bloque de muchos de sus conselleiros y una moción de censura posterior, abandonó Galicia rumbo a la política europea. No guarda rencor, dice, de aquellos que zancadillearon su porvenir: «Fui a Europa y fui más feliz». En Bruselas presidió la comisión para la reunificación de Alemania —su retrato cuelga de las paredes del Bundestag— , el país donde también se forjó como aviador. Ése es otro de los episodios de una vida afortunada, como suele confesar a sus allegados: por cuestión de días, se salvó del ataque al buque Baleares, donde servía durante la Guerra Civil.

A los jóvenes que se sienten tentados por la política, les advierte que no es todo miel sobre hojuelas: «Es duro, pero es lo más hermoso que puede hacer una persona. Con todas las profesiones se puede mejorar la vida la gente, pero como la política ninguna. Estoy orgulloso de haber servido, por lo menos el día que te vayas, descansas. Yo ya cumplí con mi deber».

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