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David Mamet: «Sería arrogante usar la novela para sermonear a los lectores»

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El escritor estadounidense David Mamet – ABC

Tras dos décadas alejado del género, el estadounidense regresa con «Chicago», una historia sobre el crimen en los años 20 del pasado siglo en su ciudad natal

Hacía veinte años que David Mamet (Chicago, 1947) no escribía una novela, y los lectores empezábamos a sentirnos un poco huérfanos. O envidiosos, tal vez. Sí, era justo eso: no entendíamos por qué Mamet desplegaba ese talento, que le sale a borbotones, tan innato como genuino, en los más diversos géneros -director de cine, guionista, dramaturgo y todos los etcéteras que quepan en la casilla de creador-, pero no nos regalaba una ficción de las que vienen en tapa dura y con sobrecubierta. Aunque la espera, lejos de desesperar, ha merecido la pena. Con «Chicago» (RBA) regresa el Mamet de siempre, el que se divierte como un niño entre gángsters, criminales y enamoradizos aspirantes a héroes, con guiño incluido al periodismo de humo y alcohol de los no tan dorados años veinte.

¿Por qué hemos tenido que esperar tanto para leer una nueva novela suya? ¿Qué ha pasado en estas dos décadas?

No es que haya esperado veinte años para escribir una nueva novela, creo que simplemente estaba ocupado haciendo otras cosas. Tenemos -está casado con la actriz y cantante Rebecca Pidgeon- dos grandes caniches estándar y suelen meter mucho barro en casa, así que dediqué bastante tiempo a limpiarlo- además, tuve un par de niños más, y así sucesivamente…

El periodismo está muy presente en «Chicago». Recuerdo que en el arranque de la novela, uno de los personajes asegura que «un periódico es una broma» y hay una discusión sobre qué hechos son suficientemente relevantes para convertirse en noticias publicables. ¿Cómo ve el periodismo actual?

Hace tiempo que siento que el periodismo es más bien una broma. Tolstói dijo que leemos un periódico por la misma razón por la que fumamos un cigarro: para encerrarnos en una niebla agradable. Ahora el periodismo es tan malo como siempre lo fue. Hay algún destello brillante aquí y allá, pero generalmente está en la sección de Deportes, donde uno puede escribir sin el temor o la necesidad de ofender a alguien.

¿Cuál debe ser el propósito del periodismo, qué actitud debe mantener hacia la política y hacia los políticos?

Como dijo Nevil Shute, creo que se podría considerar que todos los políticos y burócratas corrompen a los tontos hasta que -o a menos que- se demuestre lo contrario.

¿Por qué eligió los años veinte para ubicar la novela? ¿Qué tenía Chicago en esa década en particular?

Me encantaba imaginarme de nuevo en ese período. Disfruté muchísimo viviendo y escribiendo esa fantasía.

Y, a través de los años, casi un siglo después de que desaparecieran personajes como Al Capone, ¿cómo ve la evolución de su ciudad, de Chicago?

Hoy Chicago es, probablemente, una ciudad tan corrupta como lo era en los años veinte o en los años de mi juventud, en la década de los cincuenta. No estoy seguro de qué manera ha avanzado… Es cierto que las calles del norte están impecables, pero miles de personas son disparadas cada año en el sur.

Tiendo a pensar que todos los libros que los novelistas han leído a lo largo de sus vidas influyen, no solo en lo que escriben, sino también en su visión del mundo- y eso también les pasa a los lectores. ¿Está de acuerdo?

Sí, estoy de acuerdo. Los libros que leí en mi infancia conformaron totalmente mi visión del mundo.

¿Y qué libros fueron?

Los primeros libros fueron las novelas del medio oeste de Sinclair Lewis, Theodore Dreiser, Willa Cather y Frank Norris.

En más de una ocasión ha dicho que su héroe es Patrick O’Brien.

Patrick O’Brien escribió algunas de las grandes fantasías de todos los tiempos. Era un escritor perfecto. Uno puede adorar no sólo sus historias y sus personajes, sino casi cualquier oración suya, como modelo de ritmo e ingenio.

Tras leer «Chicago», no puedo evitar pensar que ha elegido un momento muy determinado de la historia de EE.UU. para publicarla. Se lo pregunto porque aparecen reflejados el sentimiento de identidad, de pertenencia a una comunidad, la discriminación racial, el trato que la sociedad da a las mujeres… Es como si usara la novela para ser escuchado. ¿Cuál fue el propósito, qué buscaba al escribirla?

El propósito era contar una historia, nada más. No sé más que nadie de esas cosas identificadas como problemas sociales. Y si pensara que sí lo sé, sería, en mi opinión, arrogante usar una novela, que es una forma de entretenimiento, para sermonear a los lectores.

La larga sombra de la Gran Guerra está presente, también, en la historia. Un siglo después de todo aquel horror, de los millones de vidas que se perdieron, ¿cree que hemos aprendido algo, como sociedad, de nuestra propia historia, de los errores cometidos? Y los políticos, ¿han aprendido algo?

Los políticos son siempre y en todo lugar los mismos. El emperador Marco Aurelio, o alguien de esa banda, llevó a su hijo de ocho años al Senado y dijo: «Para que sepas, hijo mío, lo mal gobernado que está el mundo». Los políticos de nuestros días están educados con las mismas lecciones que aquellos de la antigua Roma: mantén la cara impasible e intenta que no te pesquen.

Volviendo a la novela, su faceta como dramaturgo y guionista está presente en «Chicago» a través de los diálogos, hasta el punto de que en ellos se sostiene gran parte de la trama.

Con «Fiesta», Hemingway fue reconocido principalmente como escritor de diálogos. Al leer la novela noventa años después, los diálogos parecen perfectamente útiles, pero resultan poco interesantes y contribuyen muy poco al valor de la obra.

¿Y qué piensa de aquellos, entre los que me encuentro, que consideran que sus diálogos son una forma de poesía callejera?

Gracias. Un drama es, esencialmente, un poema escrito en dos o más voces que se extiende a lo largo de dos o tres cantos llamados actos. Uno puede escribir una muy buena obra sin un diálogo poético bueno -basta con ver las obras traducidas-, pero la conjunción de la capacidad poética y la trama es la cima de la grandeza dramática.

Entonces, ¿cuáles son las habilidades principales que debe tener un novelista, un escritor? ¿Son distintas de las propias de un dramaturgo o de las de un guionista?

Un ebanista, alguien que hace barcos y un tallador de madera trabajan la madera. Todos necesitan comprender la naturaleza de su medio para poder completar un proyecto. Algunas de las herramientas y tácticas aprendidas en un área son transferibles, otras no.

Déjeme decirle que el lenguaje parece fundamental para entenderle y apreciarle. ¿Es eso cierto?

Es algo que me divierte mucho.

Una vez dijo: «No existe el talento- solo tienes que trabajar lo suficientemente duro». ¿Sigue pensándolo?

No, he cambiado de opinión.

¿Podríamos decir que todo arte es, hasta cierto punto, una manipulación?

-No creo que el arte sea más manipulación que cocinar. Satisface una necesidad, se puede hacer en muchos niveles, algunos son buenos, otros son malos, otros son saludables y otros no.

¿Y cuál debería ser el papel principal del arte, de los creadores, en nuestra sociedad?

No importa lo que yo piense sobre el papel del arte o de los creadores. Esta consideración es el «tazón de arroz» de los intelectuales, y lo que sea que digan, como lo que yo pueda decir, no influirá en nadie. Y tampoco debería hacerlo.

Hay creadores que se limitan a decir: «El arte habla por sí mismo, no tengo nada más que añadir». Usted, como creador que vive en un mundo absurdo, ¿qué responde a eso?

Nada es menos absurdo que crear algo.

Y, para terminar, ¿qué tiene ahora entre manos, que será lo próximo?

Me he comprado un libro para aprender sánscrito, y ya he avanzado con varias de las vocales más simples.

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