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Brahms salva de la depresión

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El escritor norteamericano William Styron (1925-2006)

William Styron, autor entre otros éxitos de «La decisión de Sophie», padeció una depresión que desmenuza en «Esa visible oscuridad»

Al principio de «Esta casa en llamas», William Styron citaba un pasaje de alucinante belleza tomado de unas de las obras de prosa más grandes que conozco, los sermones de John Donne. Me gusta tanto esta cita (aunque leyendo a Donne se pueden encontrar muchos párrafos similares a ese) que la considero, en mi memoria, como una creación del propio Styron, o incluso una especie de poética o declaración de intenciones. Ahí está el deseo de crear belleza con las palabras, el propósito de crear una prosa trabada y poderosa, casi arcaizante en su densidad especiosa y, desde luego, la atracción por las simas de la mente humana. El propio Styron, autor de novelas como «Las confesiones de Nat Turner» o «La decisión de Sophie», afirma que la sombra de la depresión puede rastrearse en su obra desde el principio.

Para Styron la depresión no es más que una enfermedad mental. Sí, es una forma de locura, ya que aunque él mismo rastrea su vida en busca de posibles causas para la depresión que se apoderó de él a mediados de los años ochenta (el abandono del alcohol, que había sido hasta entonces su principal vía de escape, o incluso factores mucho más lejanos en el tiempo como la muerte de su madre cuando era casi un niño o la herencia genética de un padre depresivo), el mensaje que parece intentar transmitirnos en «Esa visible oscuridad» es que uno debe enfrentarse a la depresión más con fármacos que con psicoterapia y lo que a él le salvó fue la estancia en el hospital, donde finalmente su depresión fue tratada como lo que era realmente: una enfermedad.

En la sima de las sombras

Y sin embargo… la mayoría de los fármacos que le receta un tal doctor Gold, ejemplo de facultativo indiferente o incompetente, tienen el efecto de hundirle más en la depresión, y el punto de inflexión de su caída en la sima de las sombras, precisamente la noche en que ha decidido de una vez por todas acabar con su vida, es algo tan poco químico y tan poco clínico como escuchar por casualidad la «Rapsodia para contralto» de Johannes Brahms. Esta música maravillosa (y, por otra parte, tristísima), le trae a Styron recuerdos de todas las cosas buenas que ha habido en su vida y le hace, por fin, desear con todas sus fuerzas salir del pozo.

Styron relaciona la depresión con eso que desde la antigüedad suele llamarse «melancolía» y pone el «Infierno» de Dante y su «Purgatorio» como ejemplos del tratamiento del tema de la depresión en la literatura. Me parece una lectura de Dante innovadora, sorprendente y quizá revolucionaria. ¿Serán, entonces, muchas de nuestras preocupaciones metafísicas más profundas, el armazón de nuestra culpa, nuestra ética y en gran parte nuestra civilización, meras consecuencias de un desequilibrio químico de nuestro cerebro? La traducción de Salustiano Masó, cosa que no suele suceder en las versiones del idioma inglés, es ejemplar.

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